Un salto de espaldas al vacío

Todos los días le dan la comida al perrito, ya tiene 11 años, se ve desgastado. Siempre salió con un lazo a la calle, y solo disfrutó de los músculos de sus piernas 2 o 3 veces por semana cuando le soltaban el collar en algún parque encerrado, pero por tan solo 15 minutos.

Laura Viera A © Solkes

No tenía que hacer mucho el perro, solo respirar, sacar la lengua, batir la cola, ladrarle al gato que le molestaba al pasar cerca, y ya se hacía acreedor a una ración de concentrado, el mismo componente terroso toda su puta vida, la misma cantidad, de la misma mierda armada químicamente en un laboratorio.

Laura Viera A © Solkes

Al perro se le olvidó que podía cazar, no tiene la menor idea de lo que eso puede ser. Seguramente si lo dejan en la calle se morirá de hambre en 5 o 10 días porque no sabrá atrapar una buena porción de proteína. Máximo se topará con un sobrado de hamburguesa en la basura, pero seguramente eso no le hará tanto bien, o algún perro más hábil le quitará el bocado de un mordisco. Eso me está pasando a mí, yo soy aquel perro.

Duré 12 años como empleado, me consignaban cada 15 días un salario, fijo, ni un peso más ni un peso menos, nunca se me acababa la plata, no alcanzaba a gastar todo lo que me pagaban, pero tenía pleno conocimiento de lo que le pagaban a quienes menos ganaban en la misma empresa en la que yo trabajaba y me daba mucha rabia no haber tomado una decisión contundente antes.

A las 16 horas (4 pm) del 8 de octubre de 2013 yo tenía 36 años. Acababa de terminar una reunión en la que por 4ta vez, la directora de mercadeo para América Latina de una marca global del sector financiero, nos mandaba a la mierda la campaña que todo el equipo de la agencia venía trabajando por más de 2 meses.

Las caras de todos se mostraban agobiadas, era fácil concluir que la vida de todos giraba alrededor de esta marca, si esta se derrumbaba, todos nos derrumbaríamos. Era lo más parecido a Dios, abría los ojos en las mañanas y lo primero que se me venía a mi cabeza era su slogan que era una suerte de auto-agradecimiento por darle movimiento al mundo.

5 años atrás pensé que mi dedicación al mundo publicitario no había sido la mejor decisión de mi vida. Pero ya llevaba seis años trabajando en este sub mundo.

Laura Viera A © Solkes

Por lo tanto, era prácticamente lo único que sabía hacer, así que decidí amortiguar el impacto negativo que ejercía a través de trabajo voluntario en fundaciones, levantando recursos para algunos hogares.

2 años después me di cuenta de que esos paños de agua tibia no funcionarían y empecé a hacer trabajo voluntario para instituciones con las cuales me identificaba por la labor que hacían y di mis primeros pasos empatando mi experiencia en comunicaciones y publicidad, con las misiones trazadas de organizaciones y fundaciones tanto locales como internacionales.

Algo me hacía falta

Pero aún así algo me hacía falta, me estaba dando cuenta de que la vida no se trataba de decirle a la gente que la salvación estaba en un carro marca Volvo, que la felicidad estaba en pagar todo con una marca de tarjetas de crédito. La felicidad no estaba en que lo más lindo de la vida era compartir las pastas de la marca “Z” con la mamá y que si comprabas la lotería electrónica, harías que todo lo que siempre soñaste, se hiciera realidad.

Empecé yo mismo a buscar los proyectos que me llamaban más la atención. Proyectos que estuvieran enfocados en lograr impactos positivos en comunidades a escalas pequeñas, pero que tuvieran potencial de masificarse.

Ahí me encontré con un amigo que creó el proyecto Hábitat Sin Fronteras, al tiempo que generaba ideas con los creadores del Proyecto Casa B, y trabajaba pro-bono para una oficina de la ONU en Colombia.

Esto comenzaba a sonar bien, pero lo triste de esta parte de la historia, es que hasta aquí, nunca había podido abandonar mi trabajo corporativo en la agencia de publicidad en la cual para éste entonces, año 2011.

Laura Viera A © Solkes

Haciendo todo por la plata. Esa plata que financiaba mi vida tal como me la había diseñado, en la cual necesitaba lo suficiente para pagar la vida del lado caro de la ciudad.

En este proceso, Hábitat Sin Fronteras, tomó su propio rumbo y creció a pasos agigantados, hoy operan desde Panamá y Medellín con gran éxito. De la relación con Casa B quedaron grandes satisfacciones que hoy siguen rodando sin cesar. Los talleres e incorporación a la comunidad avanzan de manera increíble, y el reconocimiento dentro del barrio Belén, en el cual este proyecto se fundó, se expande cada vez más. Con la ONU firmé un contrato como consultor externo para plantear la base para comunicar un importante decreto-ley que pretendía reparar el daño que el conflicto armado colombiano causó en poblaciones étnicas, en pocas palabras, una oportunidad para demostrar lo valioso que el conocimiento en comunicaciones tiene para aportar al desarrollo.

En dos años generé el impacto que nunca logré en nueve. Todos los proyectos mencionados habían aportado un grano de arena en la evolución de un estado complejo y aparentemente sin salida para algunos pequeños grupos poblacionales, habían encendido una pequeña luz de esperanza y porque no, un par de sonrisas y hasta unos cuantos honestos “Gracias!”.

 

Podrían pensar que estoy loco

Había canalizado parte de mis esfuerzos en lo que de verdad me apasionaba, pero ese día, 8 de octubre de 2013, estaba sentado en el escritorio de la agencia de publicidad para la cual trabajaba. Esa gran agencia perteneciente a una de las redes más grandes del mundo, redactando este documento que no solo pretendía quejarse conmigo, sino que daría inicio a una de las apuestas más grandes que habría hecho en mi vida.

Sabía que algunos amigos míos estarían orgullosos de esto, inclusive, unos pocos familiares. Probablemente la mayoría dirían una vez más, este tipo está loco. Pero a la mierda, me dije, en últimas no lo hacía por ellos, lo hacía por mí.

Ese 8 de octubre, decidí que abandonaría el mundo corporativo, abandonaría la publicidad comercial, le daría la espalda a tantas corporaciones que le habían dado comida concentrada a millones de perros durante décadas, que habían pisoteado a las personas que les entregaban sus vidas, que habían puesto por encima de la gente su rentabilidad y maximización de su producción.

Decidí no comulgar más con eso, lo dije ese día, y lo decidí y como ya tenía 36, lo que me hacía medianamente viejo y medianamente joven, sabía que tendría que asumir todas y cada una de mis palabras y sus consecuencias.

 

Es fácil enamorarse del mundo publicitario

Después de que el mundo no se acabó por el cambio de milenio, regresé de vivir un año en Estados Unidos, me encontré buscando un trabajo en Bogotá para hacer algo de dinero y poder pagar mi renta y la universidad.

Comencé a dictar clases de inglés en niveles básicos en un centro de idiomas, en Chapinero. Fue curioso porque el director era británico y mi acento ya le hacía gracia, después de algunos meses, no encajé, tuve que renunciar. Traía las dudas frescas, las mismas que me habían llevado a viajar.

Laura Viera A © Solkes

Decidí irme como un acto desesperado por la falta de resolverme preguntas importantes en la vida. No estaba seguro de querer ser ingeniero, así que abandoné la facultad, no estaba seguro del rol que quería tener en los siguientes años, tenía preguntas sobre lo que realmente quería aprender.

Pero allá tampoco me hallé, la vida gringa definitivamente no me gustó, la soledad, la indiferencia, me acabaron. El viaje me sirvió para descubrirme en condiciones que nunca había experimentado antes, servir y limpiar mesas de restaurantes no era lo mismo que trabajar como asesor en una oficina bancaria, no creo que mejor, o peor, solo diferente.

Pero una vez sentí que hablaba bien la lengua, pensé que no necesitaba más de allí, algo me hizo regresar. Decidí entrar a la facultad de Administración, pensé que quizás iba a querer abandonarla en algún punto, pero cuando entré al octavo semestre, en el año 2003, me topé con una amiga que me dijo que en su empresa estaban buscando a alguien bueno con los números, que supiera analizarlos y que manejara bases de datos en excel.

Sin preguntar mucho, sin analizar, cualidad que debería tener, pero no demostré en la decisión, fui a una entrevista en una empresa que se dedicaba al negocio de la inversión publicitaria.

Por lo mismo, hacía juiciosos análisis de cifras del mercado, y como yo no entendía bien qué era lo que hacían y necesitaba un mejor trabajo para terminar de pagar mis estudios en administración, pensé que sería la elección perfecta.

El 19 de mayo del tercer año de este milenio me senté en una sillita metálica, de esas que despachan al usuario muy rápidamente, para firmar un contrato a término indefinido.

“Término Indefinido” era la frase más codiciada de la época, todos los profesionales recién graduados soñaban con tener un contrato serio en una compañía. Era la estrella norte de todo marino, motivo de celebración entre las familias de clase media colombiana, como la mía.

No era un momento económico fácil en el país y el desempleo bordeaba límites escalofriantes. Así que la sillita metálica reposó mi feliz, dichoso y orgulloso trasero.

Durante una hora firmé y firmé documentos, páginas enteras que nunca leí, pero seguramente no venían muy cargadas de cosas malas, porque hoy, once años después, nunca me pasó chascarrillo alguno, lo digo contractualmente hablando.

Mi padre no cabía en sí mismo de la felicidad tan grande que le produjo saber que su hijo tenía un trabajo serio, digno y honorable. Él tampoco entendía qué era eso de la inversión publicitaria, pero qué más daba, su hijo tenía trabajo y en una empresa prestigiosa.

Las líneas telefónicas de la ciudad de Pereira, en donde yo había nacido hacía 25 años, colapsaron: era mi padre llamando a mis 11 tíos y tías, a sus amigos pensionados del banco en el que trabajó toda su vida, todos debían saber el gran logro de su hijo, yo no entendía muy bien la desbordada emoción, pero bien, algo de bueno debería tener aquello y, pues, también celebré.

El primer día de trabajo tuve que esperar a que mi jefe, alguien que sería jefe de alguien más por primera vez en su vida, tuviera el tiempo de sentarse conmigo a contarme en más detalle lo que debía hacer, lo hizo muy bien, me quedó clarísimo, ahora ya entendía de qué se trataba aquello.

Era una empresa que manejaba el dinero de las grandes marcas del país, hacía estudios de consumidor, o sea, de seres humanos, y análisis de cifras de mercado y de inversión de las marcas competidoras para así hacer las mejores recomendaciones posibles para la óptima selección de los medios de comunicación que se encargarían de masificar los mensajes que estas grandes corporaciones tenían para los consumidores.

A mí me pareció genial, era una dimensión desconocida, yo era un completo extranjero que no hablaba la lengua de un mundo en el que todos parecían personajes importantes de Mad Men. En un mismo piso coexistimos aproximadamente 60 personas, las oficinas eran lujosas y brillaban a diario, gracias a que un pelotón de señoras, que se llamaban en su mayoría doña Rosita tenían el gran objetivo de mantener todo impecable.

Me senté en una mesa en la que cabíamos solo seis personas, había otras 8 mesas iguales, eran equipos, que se distribuían las cuentas, es decir, las marcas. Cada uno de los seis teníamos una responsabilidad diferente, a mi me tocaba la parte de análisis de datos cuantitativos, sumar y restar cifras en magnitudes que nunca antes había visto y eso me hacía sentir importante. Estaba analizando, controlando y haciendo seguimiento de miles de millones de pesos que se invertían a diario en este mercado.

Miriam Alvite B © Solkes

Como hablaba inglés, el indicador de mi nivel de utilidad crecía a diario en una compañía que tenía sede principal en Nueva York y que además quería abrirse un camino en los festivales internacionales de creatividad. Por lo tanto, escribir en inglés se convertía en una virtud que pocos tenían y sumado a mi eficiencia gracias a mis aptitudes matemáticas me hicieron muy visible, me iba bien.

En los comités gerenciales me asignaban calificaciones altas, yo mismo me sorprendía y me gustaba la sensación de triunfo, siempre había altibajos, algunas presentaciones que hacíamos eran rechazadas, pero los balances al final siempre eran positivos. Si el indicador del éxito eran las palmaditas en la espalda que daban los jefes, yo recibía varias, quizás ocho al mes, creo que ese era el estándar alto, algunas veces encontré a algunos compañeros tristes, achantados, pensaba que probablemente habrían recibido solo 1 o 2 palmaditas en todo el mes.

Acostumbraba a salir de la empresa muy rápidamente para llegar a tomar clases en la Universidad durante las noches. Llegaba a mi casa tarde, agotado, como seguramente varios cientos de miles de colombianos lo hacíamos, mi padre siempre me recibía con un plato caliente de comida, para después dormir las pocas horas que restaban.

 

La comodidad llega en cualquier momento

Un año después de haber empezado, ya había cambiado de función. Ahora era analista de datos cualitativos (me cambiaron la “nt” por la “l”), una leve variación que me ayudó a entender mejor el negocio y mi enamoramiento por este nuevo mundo incrementaba.

Me sentía triunfando en tierras foráneas. Para el tercer año de trabajo allí, me gradué de la universidad y me empezaron a pagar un poco mejor. Compré un carro con unos pequeños ahorros y solicité un crédito al un banco, en donde muy amablemente hicieron todo por mí, llenaron los formularios, me dijeron: -“Don Diego, no se preocupe por nada”, y mi felicidad incrementaba.

Pude irme a vivir solo, mi padre volvió a Pereira, a donde ya mi madre también había regresado y yo seguía aquí, sin mis padres, ni mis hermanos, visitando una vez por año mi ciudad y dejando el mensaje de que me estaba yendo muy bien.

Avanzado el año 2007 llevaba más de cuatro años trabajando en el mundo publicitario. Había parpadeado una sola vez y ya estaba sumido en lo más profundo del mundo de las campañas comerciales, esas que le metían todo tipo de productos por los ojos a todos los consumidores, o sea, seres humanos, esas que les hacían dar ganas de comprar un montón de cosas, muchas veces inoficiosas.

De todas las actividades que realicé, cambiando de rol en rol, aventurándome entre diferentes agencias del grupo, sobre todo en las de medios, había una disciplina que me llamaba la atención más que las demás, era la de hacer planeación estratégica, en este caso aplicada a la inversión publicitaria.

Esta era la razón por la cual me gustaba lo que hacía, porque me retaba a pensar soluciones a problemáticas de los negocios de estas grandes marcas y tratar de resolverlas desde las comunicaciones, allí le encontraba valor a esto, ese era mi rumbo a seguir.

Laura Viera A © Solkes

Durante los siguientes 3 años me dediqué a hacer planeación, a encontrar soluciones estructuradas a problemas dramáticamente millonarios, pero insignificantes en términos humanos.

Tuve que entrenar a varias personas, enseñarles de lo que esto se trataba, explicarles procesos, los negocios de diferentes marcas, en diversas categorías de la economía, desde aerolíneas, pasando por compañías de telefonía móvil, loterías electrónicas, medios de pago, hasta marcas de café, incluso marcas de país.

Aun cuando muchos lo desconocen, Colombia y la mayoría de las primeras 35 economías del mundo, son consideradas como marcas en el área de las inversiones extranjeras y en la gigantesca industria global del turismo, que mueven millones de dólares al año, solo que nosotros, la masa, no los vemos, los ayudamos a analizar, a entender, a contar, a guardar, pero nunca los recibimos, nunca los disfrutamos.

En el año 2010 trabajaba precisamente como director de un equipo de formulación estratégica de inversión publicitaria en otra agencia publicitaria del mismo grupo empresarial, los mismos dueños de la empresa anterior.

Durante todo ese año me empecé a sentir diferente, ese noviazgo de años estaba entrando en una fase de letargo, ya no nos amábamos como antes, dejé de sentir el cosquilleo de las mariposas en el estómago cuando mi jefe me felicitaba por los logros obtenidos y no estaba totalmente seguro de la razón. No sabía si era desencanto, o si era un momento difícil entre los dos y quizás deberíamos darnos un tiempo.

 

Los números describen la situación

Desde que tengo 20 años, me interesé por los números que describen la situación de Colombia, siempre estuve pendiente de las cifras de crecimiento económico, de desempleo, de acceso a la educación y todo lo que me permitía hacerme un mapa mental de la situación de mi país.

A los 23 años empecé a leer el reporte UNHDR cada año, siempre sacié la curiosidad que me producía comparar estos datos con los del resto del mundo. Siempre manteniendo claridad de nuestra realidad estadística frente a la de los demás.

Siempre he sabido lo mal que andamos en este país, pero ahora me pregunto porqué nunca relacioné lo que hacía con las consecuencias que entregaba al sistema socio-económico colombiano, finalmente si yo trabajaba, y el 20% de la fuerza laboral del país, no lo hacía, algo andaba mal.

La suma de todos mis aprendizajes y puntos críticos sobre el desarrollo colombiano empezaron a inmiscuirse en mi trabajo en ese año de 2010, pero en mi confusión decidí retirarme parcialmente, tomar un respiro y allí entré a la página web de mi banco para saber con cuánto contaba.

Me di cuenta de que no era mucho, pero en la tarde tomé mi carro para regresar a casa y pensé que con lo que tenía en el banco, más lo que me darían por mi Renault Clio RS y quizás una mano de la tarjeta de crédito Visa, podrían llevarme a algún lado.

María Ines Roa © Solkes

Hacía 1 año había visitado las ciudades de São Paulo y Rio de Janeiro en Brasil, me gustó tanto que al regresar empecé a estudiar su lengua. Pues bien, lo tenía todo decidido, me iría a viajar por 5 meses a ese país, pero por mi forma de ver el mundo, no habría sido capaz de ser un vagabundo por 5 meses!

Tenía que hacer algo y se me ocurrió, que si iba a seguir trabajando en este mundo publicitario lo haría desde su corazón, así pues, me matriculé en una famosa escuela de marketing, la más famosa do Maior país da América do sul y tomé uno de esos anhelados cursos de especialidad de mi gremio, Communications Planning.

Aquellos 5 meses me sirvieron mucho, porque además de enseñarme a tomar la vida con más calma y hacerme prestar más atención a sus detalles, me convirtieron en un bocado provocativo para el mundo publicitario colombiano. Si bien es cierto que no hay más de 30 planners (Estrategas de comunicación de marcas) en mi país, no todos los que hay hablan los 2 idiomas más importantes de la región (Inglés y Portugués).

Entre las múltiples propuestas que recibí mientras estudiaba y viajaba por Brasil, decidí aceptar la que más me atrajo, trabajar como planneren la agencia de publicidad más grande de Colombia, que al mismo tiempo pertenecía al mismo grupo en el cual empecé a trabajar 7 años atrás, y ser uno de sus planners, implicaba estar en las grandes ligas de este mundillo.

 

La idea de saltar al vacío

Volví a Bogotá con una silla que me esperaba en la agencia, una ex-jefe indignada por mi decisión y según ella, traición, y una disciplina más por conocer de la publicidad comercial. 1 año después de enfocarme en aprender de uno de los grandes, Marcelo A., 1 año en el que recuperé un pedacito de mi enamoramiento por la publicidad y 1 año en el que dediqué muchas de mis horas libres a trabajar en paralelo y voluntariamente con organizaciones y fundaciones que tomaban partido en problemáticas sociales conocidas por mi y para las cuales quería sentirme parte activa.

Fueron 12 meses contundentes para mi vida, porque a pesar de haber conseguido una posición muy anhelada en el mundo publicitario en Colombia y de recibir un pago envidiable por muchos, por razones no diferentes a que somos el 12vo. país más desigual del mundo, me di cuenta de que esto no era lo que yo quería, que sería un despropósito trabajar en proyectos de desarrollo socio-económico en las horas libres, mientras le dedicaba la mayor parte de mi tiempo a crear campañas publicitarias que lo que al final conseguían, era alimentar comportamientos que muchas veces eran causantes de varias de las problemáticas que quería resolver por otro lado.

Pero no era tan fácil como darle una llamada al jefe y salir corriendo a gritar en la calle había tomado la decisión de la vida. No lo era. Me senté nuevamente en mi escritorio, entré a las páginas web que contenían la información de mis cuentas y las noticias eran turbias.

Laura Viera A © Solkes

Debía millones de pesos, varios miles de dólares, consecuencia de haber trabajado por años en un lugar cómodo, que me ofrecía todas las garantías para comprar cosas a plazo, como por ejemplo una acción en un hotel diferida a 36 meses, los gastos de mi último viaje pagados con la tarjeta de crédito, había abierto un restaurante que fracasó y de él solo me quedó una deuda a 24 meses con el banco y ahora tenía que pagarlas, así que pensé que debería tomarme un tiempo para meditarlo, para armar bien mi salida.

La mañana siguiente llegué a la agencia y después de 3 reuniones consecutivas, había olvidado la estúpida decisión que había pensado que podía tomar, no podía ser tan ingenuo de pensar así, entonces seguí en mi cotidianidad, seguí en el fácil camino que siempre tomé, el de levantar un poco los pies, acomodar las nalgas en el flotador y va que va, que ahí te lleva la corriente del río.

En diciembre de 2011 me reuní con uno de mis grandes y más queridos amigos de la vida, un tipo carismático, lleno de amigos, contagiado de decenas de ideas en la cabeza de las cuales hablábamos por horas al son unas cervezas y los fríos vientos navideños. Hablamos de todo e incluso de las ganas que a veces surgían de salir corriendo de las corporaciones, del poco tiempo que nos quedaba en la vida para pensar, para meditar, para entender mejor nuestra condición como individuos y de nuestro rol en la sociedad. Poco tiempo para estar con la familia, tiempo restringido para viajar, para conocer, tiempo restringido para desarrollar nuestras capacidades manuales, artísticas, tiempo preciado para pensar en nosotros mismos, en últimas, tiempo valioso dedicado a nuestros empleadores.

Mi amigo me presentó ese diciembre a uno de sus mejores amigos y socios de algunos eventos y proyectos que habían corrido juntos en Berlín. Juntos venían dándole forma a una idea, querían crear un espacio de promoción cultural en el centro de Bogotá.

También estaban buscando casa para compartir, así que nos fuimos a vivir juntos a un apartamento en Chapinero, 220 metros cuadrados de amistad, ideas, desayunos, almuerzos y comidas.

Dos meses después se uniría una amiga y socia adicional, quien se dedicaría de lleno con ellos a construir la Casa B. Ese era un proyecto que buscaba promover el acceso a la oferta cultural de la ciudad a un barrio que había sido marginado por la misma institución pública bogotana, el barrio Belén.

¿De qué vivirían estos personajes? Yo nunca los ví trabajar mucho, pero algo de dinero se hacían entre organizar fiestas, poner música en ellas, tomar fotografías, traducir textos, en fin, nunca les faltó nada, siempre dedicados a la Casa B y con mucho tiempo libre, quizás demasiado. Viviendo con este grupo de amigos, sumándole las ganas que tenía de salir corriendo de la corporación y dedicarle más tiempo a mi interés por el desarrollo y aportarle a la construcción de ideas que le apuntaran a mejorar mis condiciones de vida y la de quienes me rodeaban, comencé a desvariar.

Sábados y domingos trabajaba de tiempo completo en la Casa B como voluntario y de lunes a viernes me sumergía en el mundo que ya repelía. Quizás fue aquí cuando comenzó toda mi reformulación, esta influencia de personas inquietas, inteligentes, dedicadas a ellos y a la comunidad, alegres y propositivos, estos amigos no paraban de idear eventos, talleres, parches, paseos, no se quedaban quietos, algo que en el mundo corporativo tiende a dormirse, la formulación desmesurada de ideas pero para la vida, no para la rentabilidad que se debe reflejar en el balance general de cierre de año fiscal.

 

El Plan

El plan era básicamente entrenarme para vivir en en un mundo distinto al de los empleados, mientras pagaba las deudas que tenía. Ser desempleado y deudor al mismo tiempo no sería una mezcla interesante.
Lo primero que tuve que hacer fue sumar y restar, entender cuánto debía, a quién y por qué conceptos. Los cálculos iniciales fueron:

Créditos Bancos: $9,600,000.00
Tarjeta Crédito: $11,800,000.00
Fondo empleados agencia: $3,362,000.00
Inversión Hotel: $6,180,000.00
Inversión Lote: $20,000,000.00
Total: $51,000,000.00 // USD$26.000 !!

Con este escenario hice las cuentas respectivas, me puse como fecha límite el 7 de octubre del 2014, tendría que pagar USD$2.200 cada mes para completar los pagos y salir de mi empleo sin deudas. Con mi salario me alcanzaba, solo que estaba un poco desordenado, así que tendría que tomar las medidas necesarias para organizarlo y reportar todo tal como fuese sucediendo.

La segunda parte del plan incorporaba especular sobre eso a lo que me quería dedicar, que realmente estaba muy vago aún. Asesorar proyectos de comunicación con impacto social era una opción, mezclaba lo que me gustaba hacer y lo sacaba del esquema comercial. Esto debería ser lo que me generaría ingresos para vivir.

Pero como parte de entender de qué viviría, tenía que calcular cuánto me costaba esa nueva vida, qué gastos eran inevitables y qué otras obligaciones podría tener mensualmente.

Laura Viera A © Solkes

Los números me asustaban, me generaban una terrible sensación de dependencia sobre el dinero en este sistema que nos inventamos, pero no importaba ya, en ese momento lo importante era definir cómo conseguir los ingresos a partir de noviembre de 2014, cuando ya no estuviera devengando ese salario quincenal al cual estaba tan acostumbrado.

Los trabajos potenciales serían las asesorías y quizás todo lo que a través de los proyectos de Casa B, consiguiéramos financiar con fuentes públicas o de cooperación internacional.

Al terminar el primer día después de haber tomado esta decisión, me sentí como si fuera a saltar de una roca al agua, absolutamente inseguro. Me sudaban las palmas de las manos y las plantas de los pies, me daba pánico pensar que tuviera que enfrentarme a un mes en el cual no pudiera pagar la salud de mis padres, hacía más de una década era empleado y nunca, nunca dejé de recibir mi salario, sentía que tenía el sentido de la cacería totalmente dormido, era ese perro que durante 11 años recibió la comida en la boca, castrado de cualquier instinto de supervivencia.

 

Asimilando la decisión

Día 2:
Octubre 9 de 2013

Desperté feliz por haber tomado esta decisión. Positivo frente a lo que se vendría, pero una noticia mejoraría aún más la mañana. Recibí una invitación para dar una conferencia sobre el impacto en la transformación social del mercadeo el 24 de ese mismo mes de octubre, en la universidad de Santander en Bucaramanga. Y esa misma tarde, recibí una invitación adicional para viajar el 22 de noviembre, 1 mes después, a Belo Horizonte, Brasil.

Un grupo de jóvenes habían leído en un artículo que había escrito hacía unos meses sobre una idea que surgió en Casa B, Marca de Comunidad, ellos organizaban el famoso evento Creative Mornings, y les pareció que esta sería una gran idea para contar en su foro.
Si las cosas iban a ser así, los miedos y las dudas disminuirían gradualmente.

A las 8:00am de la siguiente mañana debíamos presentar por onceava vez, la campaña a la directora de marketing de esa marca global del sector financiero, pero a su jefe le importó tan poco, que la reunión se canceló, todos madrugamos, para nada.

El día anterior, cuando pensé que esto solo se trataría de pagar las deudas y de especular sobre lo que me traería nuevos ingresos, no consideré que iba a necesitar, literalmente, entrenarme para aprender a vivir con menos ingresos, los empleados que ganamos bien, no pensamos en esto, no le damos el valor al dinero que merece, un café que en un barrio central puede costar $1.000, en la zona en la que trabajo vale 300% más y no nos duele desembolsarlos todos los días del mes, porque el valor que le damos al dinero es bajo, no nos hace tanta falta. Estos lujos no me los iría a poder dar sin un empleo fijo, desde ese día pensaría mucho más en cada gasto, solo para estar alerta a lo que se vendría dentro de doce meses.

 

La bipolaridad

Día 55:
Diciembre 1 de 2013

El proceso venía cargado de múltiples emociones, me sentí extraño, el sábado anterior me había levantado pensando si esta decisión sería la última palabra, o no. Estaba convencido de que así era, pero la duda iba y volvía y estaba seguro de que más adelante podría volver a sentir esos mismos cuestionamientos internos.

No era fácil pensarse una vida más restringida monetariamente, lo que más me daba vueltas en la cabeza era saber si trabajando como independiente sería capaz alguna vez, de tener cosas de las que no querría restringirme, pensaba que si quizás un día iba a querer tener una casa propia, no sería tan fácil.

Era 2 de diciembre, todos a mi alrededor hacían planes de lo que comprarían a sus amigos, amigas y familiares de navidad, cuánto presupuesto tenían, y a dónde viajarían, pero yo con mucha reticencia, solo esperaba que mi familia entendiera la razón por la cuál no les daría nada ese año.

Pasaron 56 días para comenzar a sentir una suerte de libertad, una libertad solitaria, solo yo la entendía, era como abrir la puerta de un avión y descender los escalones en una tierra que no conocía, todo era una emocionante incertidumbre sobrecargada de intrigas.

 

La navidad y las conversaciones familiares

Día 86:
Enero 3 de 2014

Empezó un nuevo año y llegó aferrándome a mi decisión, me sentí bien, con un vértigo sano. Tenía fuerza y ansiedad de que llegara el momento. Aproveché las fiestas familiares para discutirlo con mis padres, hablamos sobre la vida, las posibilidades, las razones de mi decisión.

Laura Viera A © Solkes

Mi madre, como muchas, se mostró orgullosa de su hijo, levantó la cabeza para decirme que estaba conmigo en esta y en todas las decisiones que tomara, debe ser que ellas ven en nosotros la oportunidad de materializar lo que alguna vez quisieron hacer, pero nunca pudieron.

Con mi padre fue distinto, su mirada fue un poco más lejos, quizás quiso decir que veía un loco en mí, y no estaba muy equivocado, pero al final, su mano golpeó suavemente mi espalda y ese silencio me dijo lo que quería escuchar. “Adelante hijo! Eres genial!” Eso espero que haya querido decir.

Las deudas habían descendido de USD$25.000 a $USD17.000, 32% de reducción, era mágico, se desvanecía en mis manos, empecé a sentir que esto sería pan comido.

A finales de diciembre recibí una llamada de la misma oficina de la ONU con la cual había trabajado meses antes, querían entender mejor el proceso que veníamos viviendo en el barrio Belén de Bogotá. Se les ocurrió que nuestra idea de crear una marca para ese barrio quizás podría apalancar unos procesos que ya ellos llevaban con otra comunidad del sur de Bogotá, así que a partir de marzo iniciaríamos un piloto de ejecución de esta metodología y lo mejor de todo, nos pagarían!

Salir de las deudas es orgásmico

Día 115
Febrero 2 de 2014

Tuve un orgasmo financiero. Pagué la última cuota de la inversión hotelera que había iniciado años atrás. Literalmente maté la primera de mis grandes deudas. Es decir, un escalón más a la idea de darle la espalda a las corporaciones!

Recibí el pago de una asesoría que le di a una marca de yogurt nueva, como freelance, esto me ayudó a prácticamente eliminar una deuda bancaria que tenía a razón de la quiebra de un antiguo restaurante, o sea, en un mes, propicié dos asesinatos morosos. ¿Porqué nadie me enseñó a pensarlo 7 veces antes de asumir una deuda?

En la vida he conocido gente que me mira a los ojos feliz diciéndome que finalmente tienen una casa. A los diez segundos su rostro se transforma para contarme que también son dueños de una deuda con el banco a 20 años, y a mí solo me atraviesa un escalofrío por la espina dorsal que me bloquea.

Es entregarle la vida a un banco. Si no nos alcanza para pagarlo en 5 o 6 años, o al menos en un período de tiempo que uno dimensione, pues deberíamos pensar que no nos alcanzó y ya. No es necesario dedicar toda una vida a pagar una deuda solo para tener una casa más grande de lo que se podía pagar.

 

Llegaría el momento de hablar con mi jefe

Día 222
Mayo 19 de 2014.

Hace 7 meses y 11 días tomé una de las decisiones más importantes de mi vida, o al menos la que más canas y gastritis me había generado. Si bien el primer gran momento era el de tomar la decisión, el segundo debería ser sentarme con mi jefe, el vicepresidente de planeación estratégica de la agencia y contarle sobre mi decisión. Lo tenía todo pensado para que 2 meses antes de partir, él se enterara, de manera que yo pudiera entregar mis responsabilidades a alguien más y así no generarles traumatismos en el manejo de sus cuentas, finalmente la culpa de pertenecer a una corporación, no era de nadie distinto a mi. Pero este día recibí un mail a las 16hrs que decía : “Parra, tomémonos un café, necesito hacerle una propuesta”

Marcelo, el VP de planeación, no acostumbraba escribirme a menos que fuese algo demasiado urgente. Salíamos caminando de la oficina al café que me sirvió miles de tazas de lo que me mantenía con las energías altas para enfrentar cada día de carga laboral, el camino fue incómodo, porque él estaba nervioso, o yo así lo sentía, los pasos los dábamos lento, sin afán, pero sigilosos. Después de saludar con el movimiento de la cabeza hacia arriba y hacia abajo, a muchos de los compañeros que merodeaban el sector, llegamos a la fila del café, Marcelo me preguntó una vez más, algo que nada tenía que ver con lo que se venía.

Logramos sentarnos en una mesa, y sonriendo, muy nervioso, le digo, Marcelo, contame de qué se trata esto que me voy a infartar. Él me comenzó a explicar que el grupo empresarial necesitaba un custodio de su cultura y una albacea organizacional, que estuvo discutiendo con su hermano, el presidente de la compañía y habían decidido ofrecerme ese rol, así habría una presidencia y 3 liderazgos claves en la compañía, la Digital, la Creativa y la que sería la mía a partir de ahora.

Al mismo tiempo que él movía los labios, en mi cabeza solo se cruzaba la pregunta, Cómo le explico que a pesar de que está considerándome una ficha clave dentro de su corporación, justo en este momento, iba a tener que decirle que me iría en exactamente 4 meses y 10 días.
Así que a partir de cierto punto, perdí el hilo de lo que me dijo y me dediqué a elaborar mi discurso. Marcelo es una de las pocas personas que admiré y admiro notablemente en este mundo, y no podía contarle sobre mi decisión de una forma tosca, simplemente porque no se lo merecía.

Oí las palabras: “¿Qué piensa?” y yo no tuve más remedio que lanzarme al agua, le conté paso a paso el trayecto que me había tomado elaborar esa decisión, no le negué que llevaba 7 meses cagándome del susto de pensar en mi futuro, pero tampoco le negué el orgullo propio que me generaba.

Este fue sin duda el segundo momento más importante de estos 365 días, porque la conclusión fue, que sin importar haber recibido la oferta profesional más importante de mi carrera.

No dudé en ratificar lo decidido, logré hacerle saber a la única persona que me importaba en esa corporación que “lo abandonaría” el 7 de octubre, y me convencí una vez más de que esto es lo que quería y tenía que hacer.

Laura Viera A © Solkes

El “viejo” Marcelo, el tipo que me enseñó la mitad de las cosas que sé sobre el mundo de las comunicaciones, ese que se pone todos los días los mismos tennis, que pudiendo comprar un Ferrari se conforma con la misma camioneta que le obligaron a blindar hace años.

Ese se despidió diciéndome que nunca había tenido una conversación en la que no tenía más remedio que decirle a alguien tan querido, que lo dejaba sin palabras y por lo tanto, que me dejaba ir, con nostalgia, quizás con la misma nostalgia que yo me estaba despidiendo.

A él, yo le creí, por mi bien y mi ego. Lo valioso fue concluir que mi malestar era, una vez más, con las corporaciones, y no con la gente que en ellas habita, hay personas valiosísimas en frente de nuestras narices, siempre valdrá la pena abrir los ojos ante esto.

 

Justo cuando estás saltando, oyes gritos que dicen: No!

Día: 297
Julio 29 de 2014

El director de Planning para América Latina de otra agencia global me escribió a las 13:00 horas con una propuesta, recitaba literalmente:

“Hola Diego, Qué más? Todo bien? Le escribo porque ando buscando una cabeza de planning para la operación en un país de esta región. Quería saber si le interesaría…”

A 60 días de retirarme, justo ahí, cuando estaba más vulnerable, más asustado. Habría sido normal sentirse provocado. Liderar un área como la mía en otro país sería sinónimo de una chequera más grande, más beneficios y más nombre. Pero la rechacé, respondí rápidamente que no, que agradeciendo la oportunidad, había tomado la decisión de saltar.

 

La carga se hace más pesada

Día 320
Agosto 3 de 2014

Los últimos días se intensificaron, la carga laboral parecía vengarse de mi, la cabeza tenía que ser capaz de resolver los requerimientos de todos mis clientes que por alguna razón astral, explotaron al mismo tiempo. Pero no solo esa presión interna de la agencia, sino que también mi interés por terminar de la mejor manera el contrato con aquella agencia de la ONU, terminar una asesoría a una marca de un nuevo restaurante que algunos amigos lanzarían en poco tiempo y los proyectos que nunca cesaron en Casa B me tenían en un laberinto muy complejo.

Laura Viera A © Solkes

Sumado a esto, el peso psicológico de saber que estaba a punto de saltar, tener certeza de que no habría marcha atrás, y que arrepentirse saldría más caro que no hacerlo me estaba doblando los tendones de las piernas, mi espalda no soportaba un nudo más.

Cada compañero que me encontraba en la agencia hacía o bien una pregunta ingenua sobre mi futuro, o bien un chiste de esos que sabe a puñalada.

Afuera de la agencia me llovían llamadas de mis amigos preguntándome si haría una fiesta de despedida, cuándo sería finalmente el día.

Mi familia me preguntaba si estaba totalmente seguro, me preguntaban si estaba tranquilo, feliz, en fin, nunca supe bien qué responderle a ninguno, nunca supe bien lo que sentía. Por primera vez, 11 meses después de mi decisión sentí miedo de salir.

Me crucé con personas que vi durante 11 años y medio, que me sirvieron centenares de vasos de agua, que limpiaron los baños que usé cada día. Muchos no sabían que me iba y me saludaban como siempre, con un abrazo grande, los miré y pensé que iba a dejar personas increíbles, maravillosas y mágicas, por primera vez sentí que al irme, dejaría un pedazo mío allí en ese edificio. Día 365 – Octubre 7 de 2014: Salté.

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