Hace poco terminé de leer un libro que me transportó por unos hermosos parajes imaginarios y en el encontré una dedicatoria con nombre de mujer, que sirve para inmortalizarla en el escrito. Yo en cambio, me quedo con aquéllas páginas del tiempo que tal vez ni siquiera leerás en tu memoria.
Eso lo supe el día en que vi partir el aliento fresco de tu boca después respirar charlas deliciosas como solían ser nuestros encuentros en aquel café, en un tiempo que el sol iluminó la sonrisa que escondía tu rostro mientras mi mirada aplacaba tu pelo inquieto con la brisa.
Hoy caminando por mi ruta me detuve en el lugar donde solíamos estar, mis ojos sin quererlo resultaron buscándote en ese espacio cercado de ramas verdes desde donde alcanzábamos a divisar los transeúntes, un lugar donde el ambiente fresco y limpio permanece invadido por el olor de pan recién horneado que luego degustábamos los dos.
Al no poder resistir ese aroma y encontrar vacíos los puestos que ocupábamos casi siempre, pedí un café y empecé entonces a dibujarte en mis pensamientos.
Entre sorbos pensé en tu partida definitiva de mi vida, y cómo deben estar ya marchitas en las páginas de tu memoria los días en que el aire de tus labios se convertían en dulces palabras para mí, como quedaron los besos eternos que jamás tendré. Y viendo la delicadeza como van sacando las latas de amasijo, encuentro en ese olor recién nacido el recuerdo de tu rostro con aquella sonrisa fresca que nunca supo disimular la mirada de mi corazón.
Alguna vez hablamos que cada persona aparece en el camino por algo, y que así como se queda también se lleva nuestra suma de instantes que pronto pasan a ser parte del pasado, pero que igualmente cada sendero recorrido marca momentos, frases y silencios con los que aprendemos a vivir nuestro presente.
Y pensar que nosotros llegamos a encontrarnos como unos desconocidos que poco a poco la vida fue juntando, hasta entender que sabíamos tanto el uno del otro que veníamos era extraviados del camino donde habíamos de cruzarnos.
– ¿Se ofrece algo más señor, o espera a la persona con quien viene siempre?-me dice el mozo entre gentil y sorprendido por mi soledad-
– Por ahora otro café, y la canastilla de pan de la casa.
Con lo que nos pasó a los dos, pienso que todo en la vida puede cambiar en un instante, para dejar de ser como era antes. Que aun los campos florecidos con el embate del invierno dejan la esencia de su encanto. Que la armonía del trinar de las aves se va con el aleteo que provoca su fuga ante el fragor que las espanta.
Por eso ahora, no importa lo que haya pasado realmente, porque eso sólo lo sabemos tú y yo.
Termino inevitablemente repasando cuando me dejaste sin la energía del abrazo y nuestros besos de siempre, con un adiós para dejar de vernos definitivamente.
Ahora que el pasado es como una mariposa haciendo vericuetos en el tiempo; ahora que el inolvidable perfume de tu cuerpo ausente se me antoja entre el olor de leña fresca que cocina el trigo en un sueño de alegre despertar, estoy seguro que te llevaste todo, menos la añoranza del pan de lo vivido entre tú y yo, el alimento que me dio vida y voy deshojando entre recuerdos con olor de eternidad.
El músico busca la nota que permita a su melodía unas alas donde volemos todos. El escultor con su cincel va dejando con paciencia en la roca la figura que retiene su memoria. El poeta construye sueños con las letras del alfabeto y recorre el puente del amor para atar de dicha un momento, mientras yo intento labrar en estas líneas el sentimiento que mi olfato reconoció maravillosamente en el aroma de los recuerdos.