Recientemente he tratado de hacer memoria al respecto y no me acuerdo exactamente qué o cómo pensaba a cerca del matrimonio en mi infancia. Supongo que como en muchos temas y momentos cruciales en mi vida tengo más claro lo que no sabía, en lo que no creía y lo que no hacía que cuál era en sí mi credo al respecto. Sé que nunca soñé con un matrimonio de princesa, con un vestido repolludo miles de flores rebosantes por todos los lados y colores pasteles que invadieran el escenario literal y metafóricamente hablando.
Tocó aceptarlo, ¡Soy una más!…-
Sé que un par de veces sí jugué con mi hermana al matrimonio de las barbies y que con el clan que teníamos con ella y con mi prima también jugábamos a recrear matrimonios de personas famosas y a soñar con que nos casábamos de la manera soñada –o al menos la que era para ellas dos la manera soñada-, creo que lo hacía más por complacerlas que por otra cosa, era un acuerdo tácito: yo jugaba al matrimonio y a que las muñecas bonitas pero irreales se casaban y ellas en cambio jugaban conmigo a las escondidas y me seguían una vez más la cuerda en las interminables carreras de observación que les proponía y cada vez me inventaba más difíciles y supongo que más aburridas para ellas.
Después vino la época de los primeros amores, la ilusión… la pendejada por la que todos hemos pasado en algún momento durante esas tiernas épocas: “me voy a casar a escondidas, estoy segura que éste es el hombre con el que quiero pasar toda la vida” irremediablemente también pasé por ahí y caí en la trampa, sin embargo nunca tuvo forma.
Sí, hablábamos de casarnos pero nunca me detuve a pensar en cómo quería que fuera, lo más cercano fue que alguna vez vi en una revista un vestido de un modelo que me gustaba y me embarqué en una competencia imaginaria con mi hermana – de nuevo- y mi mejor amiga a quienes también les había gustado, en la que la primera que se casara tendría derecho a usar ese vestido. (15 años después y varios o muchos kilos de más, cuando en efecto me clavé un vestido de blanco ni siquiera se me cruzó por la cabeza, por obvias razones, usar un modelo de este estilo).
Después de un tiempo que ya no me acuerdo exactamente ni cuanto fue y cuando aún estaba con este mismo novio de capricho inicial quien permaneció también en la universidad y como verán duro bastante – si le preguntan a mi súper yo de esta época, a la que ve las cosas con cierta distancia prudente y realista, duró un poco o mucho más de lo que ha debido durar- hicimos con mi hermana y esta misma amiga una apuesta en la que supuestamente la primera en casarse debía invitar a las otras dos a un viaje con todos los gatos pagos.
Ya desde ese momento por supuesto, yo me tenía fe, creía que ellas aunque son menores se casarían mucho antes, de lo contrario ni boba que fuera no hubiera hecho la apuesta. Creo que en mi cabeza ya venía teniendo sentido la idea de que no me iba a casar pronto y tal vez, por que no decirlo, no me iba a casar nunca.
Nota al margen para los chismosos que se estén preguntando qué pasó: en efecto las dos se casaron primero que yo y aún me encuentro esperando mi viaje `prometido, la excusa: “¡Ay nosotros hicimos la apuesta porque tu estabas con fulanito, eras mayor y jurábamos que por razones obvias ibas a ser la primera de las tres en casarte.
El tiempo siguió pasando y vi tantos matrimonios fallidos y tantos escenarios sociales de la ceremonia dónde los únicos que parecían que no eran felices eran los novios, quiénes además quedaban endeudados por años para llenarle la boca a una cantidad de invitados a los que tal vez a más de la mitad ni siquiera conocían o les agradaban que me fui convenciendo a minuto que eso no era lo mío.
El término llenarles la boca me parece bastante acertado pero ojalá fuera sólo con los banquetes servidos; las bodas sirven para que una cantidad de gente desocupada critique desde el principio hasta el final todo: la comida, el vestido de la novia, la cara del novio, la figura de la mamá de él y si el papá de ella fue con su nueva adquisición o no.
Los novios se esfuerzan, pagan millonadas, buscan ofrecer lo mejor y más exclusivo, invitan a una cantidad de gente por compromiso y mientras tanto, los invitados felices critican y comparan con la última boda a la que posiblemente ni asistieron y sólo la vieron en las revistas.
Digamos que las relaciones que tuve entre mis veinte y mis treinta años no se caracterizaron propiamente por ser funcionales y no ayudaron de a mucho a que mi cabeza tuviera que concentrarse en que planear un matrimonio fuera una realidad.
Fui diagnosticada con el síndrome que padecen muchas mujeres de ésta época, entre más sola estaba más independiente me volvía, más disfrutaba de mi libertad y menos quería acercarme a cualquier cosa que oliera a compromiso.
Mis amigas se fueron convenciendo todas, poco a poco, incluso hasta las más incrédulas que no iba a llegar el día en que m vieran entrar por una iglesia o casarme así fuera encima de un elefante en un circo o en una playa paradisíaca, aunque no lo digan creo que a mi familia le pasó un poco lo mismo y fueron resignándose.
Mi mamá siempre me dijo desde que era muy joven que ella creía que yo me casaría rápido, que conocería a alguien y que en cuestión de meses iría hacia el altar, vaya si tenía razón pero en ese momento y ante semejante abundancia de escasez creo que no le quedó de otra que irse también y como muchos haciendo a la idea: yo iba a ser la tía chévere que viajaba sola por el mundo, que conocía y disfrutaba pero sobre todo, aquella a la que nada la ataba.
Mientras tanto yo las pocas veces que pensaba en el matrimonio, en la ceremonia en sí si es que algún día pasaba, sentenciaba que de hacerlo iba a ser totalmente alejada de cualquier convencionalismo social: yo no era para ese tipo de “ridículos” y decía que quería casarme en una cabalgata vestida de jeans en algún pueblo cerca de la ciudad con solo la familia y los amigos más cercanos a quiénes además les avisaría intempestivamente pensando que de esta forma sólo estarían conmigo quienes de verdad quisieran y se hubieran esforzado por hacerlo.
De esta idea romántica aunque no se realizó, quedó algo maravilloso: la manera como me pidieron matrimonio. Estábamos en Villa de Leyva, el pueblo donde precisamente decía molestando que me iba a casar y después de varios… tal vez muchos margaritas con mi novio decidimos hacerle una broma a personas cercanas a mi y decirles por teléfono que la razón real por la que habíamos viajado era precisamente para realizar la tan nombrada boda al escondido pero que a última hora me había arrepentido de estar sola y quería que las personas más cercanas a mis afectos me acompañaran.
Hubo todo tipo de reacciones: la amiga estricta que se puso brava y se negó a hacer parte de esa locura, la tía alcahueta que me aseguró que me acompañaría pero trató de persuadirme de que no había necesidad de hacerlo al escondido, la amiga que lloró del otro lado del teléfono e incluso la que alcanzó a armar viaje y a empacar a su nuevo novio al carro quien sólo le decía seguro te están molestando y ella contestaba “¡Hey tu no conoces a Juana, ella es capaz, claro que es capaz, nos vamos! La broma pasó, nos reímos a más no poder y de lo siguiente que me acuerdo es de mi novio arrodillado en la plaza de piedra del pueblo diciéndome que le había gustado la sensación de anunciarlo y que se quería casar conmigo.
En tiempos de las redes sociales y de la información inmediata, después de que le dije que sí nos acostamos a pasar el guayabo pensando que iba a ser una opción dormir. La gente empezó a llamar y a poner todo tipo de mensajes haciéndonos preguntas que no sabíamos cómo contestar ni mucho menos cómo ni cuándo iba a ser. Tocó empezar por decirles a quienes habían sido víctimas mas temprano del afortunado chiste que esta vez era en serio y que no nos íbamos a echar a reír después.
Mis amigas incrédulas escribían preguntando cómo era posible que aquella que afirmaba a los cuatro vientos que no se iba a casar nunca estuviera anunciando compromiso y solo días después mandando tarjetas para reservar la fecha. Siento que les haya tocado hacer papeleo extra como le dijo Carrie a Samantha en Sex and the City después de que le anunciara su inesperado de tanto esperar matrimonio con Big y ésta le dijera que sólo la tenía en su cabeza en un archivo de aquellas amigas que no iban nunca a dar el si.
De la persona increíble que me llevó en 2 meses a cambiar todo lo que pensaba que creía a cerca del matrimonio habría que escribir todo un capítulo diferente para poderlo describir más o menos. Sólo basta con decir que es una persona increíble con unos pensamientos tan bizarros y únicos como los míos y que nos complementamos por completo de la manera más irreal que alguien se pueda imaginar.
Ciertamente esa es la palabra que nos describe o mejor dicho y copiada de una película que también vaya saber por qué descubrimos que era la película favorita en común para los dos.
La frase que mejor describe esta historia y que fue el hashtag del evento y el titular de todo lo que se hizo de diseño para el matrimonio: Surreal pero lindo y así mismo todo lo que rodeó el evento, el compromiso y el matrimonio lo fue, desde el sólo hecho de que yo quien era la persona más alérgica que podía existir al pelo de los animales pueda llevar alrededor de un año viviendo con dos gatos peludos que ahora son como mis hijos hasta que en efecto mi mamá tuviera razón y nos comprometiéramos a los 2 meses de relación y nos casáramos un poco más de nueve meses después de lo que pareció todo menos un parto.
Pero terminé casándome con 160 invitados, en una iglesia y arrastrando un velo largo de un vestido blanco al compás de la marcha nupcial y obviamente del brazo de mi papá, mientras mis amigas lloraban como Magdalenas y algunas aseguraban que siempre supieron en el fondo que yo sí me iba a casar.
Que ¿cómo llegué a esto? No lo sé exactamente. Supongo que el mismo entusiasmo colectivo y ver a todo el mundo tan contento, planeando y soñando en torno a uno lo va contagiando, creo que cuando se va volviendo una oportunidad tal vez única en la vida para estar con personas de todos los momentos y etapas de tu vida en un mismo lugar reunidas en torno a acompañarte en un momento importante, empiezas inevitablemente a planear, a soñar, a ejecutar y a gastar, pero definitivamente vale la pena. Como dijo mi novio en sus palabras de agradecimiento Al ver las caras de todos ustedes entendí que una cosa de estas no se hace al escondido ni por el carajo.
Definitivamente mi matrimonio no fue una ceremonia de princesas, tuvo el sello nuestro impreso en todos y cada uno de los detalles que la gente admiró pero que llegaron a ser agotadores, cada marca puestos estaba escrito a mano con un mensaje para la persona personalizado con anécdotas que nos demoramos más pensando y escogiendo que escribiendo, cada invitado debía encontrar la mesa en la que estaba ubicado buscando una foto de él o ella con nosotros, que además era parte del recordatorio y también marcada de manera personalizada.
Fue también diferente e irreal en vez de vals bailamos una canción de rock de Muse a la que además le hicimos coreografía medio teatral con la que pensamos que haríamos el ridículo y al parecer a todo el mundo le encantó. Salimos los dos, el novio y la novia, con sus respectivas comitivas con mucho tiempo de la ciudad y al ver que ya estábamos al lado del lugar de la ceremonia y aún quedaban más o menos dos horas decidimos los dos y sin ponernos de acuerdo parar en la carretera a comer sándwiches en el mismo lugar, obviamente yo no me pude bajar y mis papás tuvieron que esconderme en el carro para que él no me viera y después de esto terminamos comiendo chorizo y arepas en otro paradero en el que todo el que paraba quería tomarse fotos y ver a la novia comiendo chorizo con la mano minutos antes de casarse.
Si hace uno o dos años me hubieran contado o mi hubieran adivinado el destino y me hubieran dicho que me iba a casar y sobre todo que lo iba a hacer de esta forma, no hay chance de que lo hubiera creído, hubiera creído que me hablaban de persona total y completamente a mi pero de acordarme de la felicidad de haber estado con tantas personas tan importantes para mi, de haber celebrado el amor surreal pero especial que encontré y de ver que las personas que yo quiero celebraron de manera genuina conmigo esta felicidad hoy pienso en que lo que le dije hace unos días a quien ahora es mi esposo es completamente cierto: Le volvería a decir que sí mil veces…Y fue así como pasé de ser una novia escurridiza a casarme, disfrutar y hacer de este día algo inolvidable.