Evitando el olor a la muerte

Esa tarde llegó con la muerte. Un hombre de unos 60 años había fallecido y su cuerpo frío y tieso acababa de descender del carro mortuorio para ocupar una de las camillas de la morgue de Bogotá.

El cuerpo sencillamente sería centro de toda clase de procedimientos para que una vez en el velorio, quien se acercara a la ventanilla de su ataúd, se llevara de recuerdo su mejor imagen.

La muerte como negocio

Pilar Duque nació en Medellín, Antioquia hace 31 años y cuando tenía 17 años decidió irse de su casa, arreglo sus maletas y viajo a hacia Bogotá. No tenía mucha experiencia laboral y se acababa de graduar del colegio.

Ahí es cuando comienza el dolor, que para muchos no termina con el último pedazo de tierra que cae sobre su cajón en el cementerio., asegura la joven que prestaba servicio de cortejo.

Betty © Solkes

La muerte como negocio, eso es simplemente algo en lo que no se piensa mucho.

Se trata de un tema eterno, peliagudo y lleno de callejones sin salida. Es aquí donde nos encontramos con el oficio de las plañideras.

Es importante saber que en un país como el nuestro, Colombia, el negocio de la muerte siempre da de comer.

Como las hermosas y despampanantes egipcias, Duque muestra de forma pública el duelo de la familia cuando una persona fallece. Forma parte del cortejo funerario y demuestra con su presencia el importante nivel que habría alcanzado a llegar en vida la persona objeto de sus sollozos.

Pilar manifestaba el dolor de diferentes formas: por medio de lamentos, que en algunos casos y solamente si la familia lo pide adoptan la forma de gritos descontrolados y golpes en el pecho.

También cuenta que no falta la familia que quiere que el entierro sea excesivamente dramático y por eso le piden a ella o a cualquiera de sus compañeras de trabajo que se halen con energía el pelo.

El propósito de una plañidera o llorona es el de mostrar una conducta que dé a conocer el hondo, vasto dolor que simboliza la pérdida de un ser querido.

El precio promedio del servicio de plañideras, lloronas o cortejo cuesta en Bogotá alrededor de $200 mil pesos. El trabajo consiste en acompañar a la familia del fallecido en el cementerio.

“Me incomoda cuando la gente empieza a decir que tengo un trabajo desagradable y que se trata de burlarse del dolor ajeno”.

 

Duque sabe que algunas personas en su familia piensan que lo que ella hizo está muy mal porque la muerte de una persona se debe ver como un rito sagrado ya que esa persona está pasando a la vida eterna.

Haciendo rendir el dinero

“Hoy en día tengo 31 años y la verdad es que agradezco haber tenido un trabajo que por lo general me daba lo suficiente para comer, comprar ropita, mandarle plata a mi mami y hasta salir a bailar”.

El trabajo en Bogotá funcionaba realmente bien. Además de que hacia el dinero rendir.

En ese tiempo compartía su hogar con Maria Claudia, una amiga y compañera que conoció en la funeraria donde trabajo apenas llegó a la capital.

Con ella pasaba la mayoría de su tiempo. Por las noches especialmente desde el miércoles hasta el sábado, se iban a bailar donde van muchos jóvenes en Bogotá: Escobar y Rosas y Quiebracanto. “Estos rumbeaderos son buenísimos, la música aguanta y los tipos son unos papasotes.”, confiesa entre carcajadas.

Laura Viera A © Solkes

Después de algunos años en el negocio, decidí que era nuevamente el momento de cambiar los horizontes. Por ese motivo, decidí empacar nuevamente las maletas “todo lo que tengo cabe en 3 maletas de 20 kilos”, asegura entre risa y risa. Pidió la visa Schengen y tan pronto se la dieron viajó hacia Madrid. A partir de ese momento, todo su mundo cambió nuevamente.

Laura Viera A © Solkes

Así mismo, nos cuenta que como todos los colombianos, los trámites de la visa son eternos, pero como ella tenía una tía en España, ella le ayudó con los papeles de reagrupación familiar y pues fue todo más fácil.

En la esquina de su cuarto hay una cama doble tendida con un cubrecama morado con estrellas. Hay un televisor de 22 pulgadas y el dvd Samsung que compró hace algunos meses. “Entender programas en alemán es difícil, el idioma es durísimo de aprender, pero se logra y pues las películas me las veo pirateadas en Internet”, comenta de forma tímida Pilar.

Duque estudió artes dramáticas en el ASAB y tomó muchos cursos de inglés con la idea de poder actuar internacionalmente en el futuro. Y, su sueño es convertirse en una gran actriz porque asegura que tiene madera para hacerlo.

“Quiero ser famosa, salir en películas y en la televisión… jamás me iba a imaginar que estaría viajando por Europa, las clasecitas de inglés sirvieron después de todo.”

Cuenta que al principio era difícil combinar ambas cosas. Como consiguió el trabajo primero, esa era la prioridad porque o si no no había con que vivir.

Rigoberto Salas, su empleador, durante dos años asegura que cuando la vio se impresionó porque jamás pensó que esa monita tan linda estuviera buscando trabajo en la funeraria. “Ella es muy responsable y siempre está a la orden de cualquier trabajo. Lo único que pide es que uno le avise apenas sepan que la necesitan para arreglarse un poquito.”

No todo el mundo puede entrar a esta línea de trabajo. Primero que todo, solamente se contratan a mujeres o niñas que no aparentan su corta edad. Además, deben ser hermosas, preferiblemente voluptuosas, con expresiones faciales lindas y extremadamente bien arregladas.

“En Medellín yo ya había trabajado 2 ó 3 veces en esto porque necesité la plata para pagar una cirugía.” Cirugía que no solo muestra con orgullo cuándo usa camisas escotadas sino que asegura que le ayudan a conseguir “mucho trabajito”.

Al comienzo sintió un poco de angustia y nerviosismo. El primer trabajo que tuvo que hacer fue como llorona en el entierro de un joven de unos 22 años que había muerto de manera inesperada.

“Me acuerdo que la primera vez fui a un entierro con tres niñas más pero ellas ya tenían experiencia. Jamás me imaginé que cuando estuviera ahí con toda esa gente me iba a poner tan mal. Además, la mamá del muchacho que estaban enterrando se me acercó y me pregunto que hacía cuando tiempo lo conocía y yo me puse a llorar más y más para que pensara que era tanto el dolor que no podía hablar.”

Este martes Pilar estaba un poco triste, resignada y achantada. Era el aniversario de la muerte de su papá y su hermano. A ese entierro no quiso ir, simplemente no fue capaz de verlos ahí acostados en un ataúd sin vida. Piensa en voz alta, que ella es una de esas personas que ha visto la muerte de frente dado que le mataron a su papá y a su hermano mayor cuando tenía 17 años.

Esa día Pilar había regresado del colegio un poco más temprano de lo usual y después de ayudar a limpiar la casa y terminar la comida se quedó dormida en una silla en la sala esperando a su papá, Don Julio Duque, y a su hermano mayor, Cristóbal.

Sin embargo, la noche llegó y a la mañana siguiente no había señas de ninguno de ellos. Después, llamaron a la casa y le dieron la razón de que “los matamos para saldar cuentas”.

“Ahí cambió mi vida entera porque de un día para otro a mi me toco ayudarle a mi mamá en todo lo de la casa, me toco conseguir trabajo en lo que fuera”.

 

Entonces, decidió que ni de hambre se moría, ni que regresaría a su casa como una derrotada. Por eso empezó a trabajar como llorona o plañidera en una funeraria.

Laura Viera A © Solkes

Después de que pasó esto no tuvo más alternativa que la de enfrentarse a un mundo completamente nuevo. Esperaba unos meses para graduarse del colegio y decidió irse de Medellín porque o la mataban los recuerdos o buscaba venganza.

Laura Viera A © Solkes

Igualmente, como todo trabajo acostumbrarse a las demandas que implica no es tarea fácil.

Más aún, estar rodeada por personas llorando y un muerto es un poco más complicado de lo usual. “Es que no es muy típico esto de llorarle a un muerto que uno no conoce… pero, yo no voy a un entierro de mi familia, ¡eso sí no!”, asevera con acento paisa y vos ronca.

No todas las funerarias son iguales. En Medellín todas las personas saben que pueden tener acceso a un grupo de niñas hermosas para que lloren por unas horitas en un entierro.

Pero, en Bogotá, las funerarias del norte de la ciudad rechazan este servicio. Pero, las funerarias del centro y sur de la capital no dudan en contratar a niñas para ofrecer un servicio más completo a sus clientes.

Antes de que decidiera viajar a ver el mundo su trabajo existía de “cosas de último minuto”.

Funcionaba así: La funeraria llamaba a Pilar apenas les confirman que necesitan una niña para ir a acompañar a la familia de un muerto en el cementerio.

“En la funeraria donde yo trabajo siempre me dicen que lo que buscan los profesionales que trabajamos en esto de la muerte, debería ser humanizar un poco la muerte. Mostrarla con una cara menos despreciable.”

Si Pilar no esta en ese momento en su casa, le dejan el mensaje en la contestadora o la llaman al celular si necesitan sus servicios de manera muy urgente.

Y, todos los días estaba sentada en su cuarto esperando a que sonara el teléfono para confirmarle algún trabajito.

“Llegó un punto, en el que sentía que el trabajo me empezaba a absorber. Es como si me hubiera vuelto insensible, en este país mueren personas a cada minuto y no aguantaba mas”. Pero, estos meses en los que ha llovido tanto hace parecer ir a los entierros mucho peor. La lluvia parece hacer más énfasis en que el día es de desgracia, de tristeza y de soledad.

 

El olor a muerte

Lo cierto es que cuando sale el tema de la muerte en una conversación, no es por mucho tiempo. Una sensación latosa nos avisa que la gente alrededor se pondrá incomoda.

“Cuando la muerte se acerca a nosotros, o a un ser querido, nos damos cuenta de que estábamos aquí para algo, y nos preguntamos de paso por el sentido de todo esto.”

Es interesante también destacar la actitud y la labor misma que llevan a cabo las personas que trabajan en las empresas funerarias, así como la de las plañideras o lloronas de muertos.

Laura Viera A © Solkes

No es ni un trabajo fácil, ni popular. Es mas, la mayoría de las personas, desconoce que existe.

Así pasó muchos días, entre la Escuela y los entierros, es como si no hubiera querido oler la muerte.

Ella no esta segura de cuánto tiempo más durara en Europa, la vida es muy cómoda y hay michas cosas por ver pero mo hay nada como esta en casa (Colombia). De pronto, volverá a la funeraria de Don Rigoberto, eso es platica segura.

El miedo en este negocio es el denominador común. “Una cara es todas las caras, soy una huérfana robada de su padre y hermano“. Somos resbaladizos ante la muerte. Existe un extraño convenio por el cual tratamos de solamente tener algo que ver con la muerte hasta que nos llegue el momento. Pero nadie se salva de pensar en qué pasaría si ocurriera mañana, o dentro de poco.

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