Ya tengo 38 años y todavía me produce cierto ‘nosequé’, la pregunta: ¿Vos ya saliste del closet? Últimamente tengo una respuesta más adecuada y es que a esta edad no salgo del clóset sino del sarcófago.
Cito frecuentemente una breve frase de Simone De Beauvoir: “En sí, la homosexualidad está tan limitada como la heterosexualidad: lo ideal sería ser capaz de amar a una mujer o a un hombre, a cualquier ser humano, sin sentir miedo, inhibición u obligación”.
Sentí que me gustaban o atraían los hombres y no las mujeres desde el colegio.
Al principio hubo cierto miedo, como extrañeza de que eso podía ser “raro” o presentarme dificultades en el hostil ambiente de colegio. Poco después entendí, y acepté, definitivamente, que mi condición era la de un hombre homosexual.
A veces sentía angustias por llegar a incomodar el ambiente con mi madre y familia. Quedarse callado era lo más fácil y práctico.
Ese quedarse callado en ciertos temas que no se tocan en las casas, fue motivo de ninguna charla o discusión.
Aunque, eso sí, nunca lo negué cuando alguien me preguntó, que fueron muchas veces y en muchos espacios.
En el colegio hubo mucho matoneo o bullying, ambas palabras espantosas, en su forma y fondo. Silbidos, comentarios, miradas y muchas otras que nunca fueron agradables.
La nula educación en el respeto a la diversidad, a entender cada individuo como una construcción única y libre que crece y desarrolla sus riterios y decisiones, se convirtió en el plan diario.
Siempre lo tomé con tranquilidad, reflexión y cierta frescura; procurando hacer de mí y de mi proyecto de vida, lo que me gustara sin que esa “condición” determinara ninguno de los sueños e intereses personales.
Asumí que todo lo decía con mi manera de vivir, nunca escondí nada que me gustara o sitios que frecuentaba, y siempre he tenido el criterio de sentirme libre para tomar las decisiones de mi vida. Decisiones ,que por supuesto, han generado algunas diferencias con familiares y conocidos, pero sin mayores dificultades.
Fui creciendo como crece cualquier otra persona, y en el momento de irlo conversando o aclarando fue natural y sin mayores prejuicios.
Me fui de casa. Vivir uno años en Bogotá me ayudó mucho para soltar los últimos miedos y silencios.
Siempre recomiendo que hay que salir de la casa materna y nuestra propia ciudad, para ampliar las miradas y permitirse ser, sin tener que explicar o cohibirse a conocer y explorar lo que nos llama la atención.
Debo reconocer que soy un privilegiado de poder desarrollar un proyecto de vida sin mayores discriminaciones por mi orientación sexual y esto incluye a la sociedad y a todos sus componentes (políticos, iglesia y otros integrantes).
La iglesia es una institución privada que tiene una creencia (completamente válida) sobre el matrimonio: unión entre hombre y mujer.
En el Estado social de derecho (laico además), todos los ciudadanos son libres para decidir su unión matrimonial y patrimonial.
Es necesario establecer unas consideraciones necesarias para estos y otros debates: la Biblia no es la Constitución.
Colombia es un país laico. El matrimonio homosexual es una opción libre para personas ante la ley.
La unión matrimonial es un contrato civil y no un sacramento religioso. Dos personas que se aman unen su vida ante el Estado garante de sus derechos.
Basta también leer a Fernando Vallejo, para comprender la sencilla razón del respeto; respeto por las diferencias, los gustos y los placeres.
Es cuestión de respeto. Uno se pasa la vida sin entender casi nada. ¿Qué entiende uno de la vida?, ¿Entiende la luz?, ¿La gravedad? ¿Entiende uno cómo funciona el cerebro?, ¿Entiende uno cómo funciona un iPod? ¿Cómo funciona un computador o un teléfono celular?, Quién sabe.
La gente aquí usa los celulares del mismo modo que mi perra se sube conmigo en el ascensor. Sube y baja, y sabe que sube y baja, eso es todo. Así el común de la humanidad. No entendemos nada. Así que no es cuestión de entender. Es cuestión de respeto.