Elegancia de bolsa negra

Tomar decisiones nunca ha sido mi fuerte, sin embargo soy muy impulsiva y me rindo ante eso. Me ha funcionado y mi impulso es ese amigo que nunca me abandona y al que le debo muchas costras y muchos aciertos. Una tarde me cansé de todo, recogí en una elegante bolsa negra de basura todas mis carteras, en otra todos mis zapatos y en otra toda mi ropa. En una caja mis cosas del baño. Y ya. No tenia espacio en ningún lado porque no había sitio adonde irme, lo único que tenia era la decisión de hacerlo. Coloqué las 3 bolsas y la caja sobre la mesa, miré la cocina, vi mis cosas ganadas con esfuerzo y pagadas con orgullo, pero no me cabían ni en las bolsas ni en la caja ni en la vida porque yo no tenía paradero.

María Alejandra Pérez – Preusker © Solkes

Vi unos pañitos que me había regalado mi mamá y los metí rápido en mi cartera. Llamé a mi amiga. Yesenia nunca dejaba sin contestar mis llamadas, ella siempre supo que un día le diría: “vente ya con un carro que me voy de aquí” y así fué. Yesenia llegó con un carro y un chofer, yo estaba en la puerta de la casita que !tanto vio de mi!, mis tres bolsas mi caja y yo recibimos a Yesenia como me imagino se recibe un bote de auxilio en medio del mar. Todo fue muy rápido, Yesenia se bajó del carro, nos abrazamos sin decirnos nada, Ruben estacionó de retroceso para salir rápidamente de allí, nosotras metimos las bolsas como si de 3 cadáveres se tratasen, con cautela, viendo a los lados, nerviosas.

Cerramos la puerta de atrás. Me iba a montar, Yesenia también y de pronto la pregunta lapidaria de mí amiga: “No te vas a llevar el televisor?” La miré con gracia pero respondí muy seria “no me interesa, que le sirva de compañía“. Nos montamos. “Vamos Ruben” le dije pero enseguida también solté “No no no, espera” Me bajé rápido, me paré frente a la puerta, abrí la ventana y con esfuerzo metí la mano, vi a mi amiga, mi amiga me hizo una señal de aprobación con la cabeza y solté la llave, en seguida el mundo fué en cámara lenta, oí la llave caer, y pegar duro contra el piso rojo que tanto manchó mi pies y al que me había acostumbrado.

Cerré los ojos, me aturdió el ruido. Respiré profundo, cerré la ventana y salí corriendo como si me hubiese liberado de un pesado grillete. Subí al carro y cual malhechores grité sin necesidad pero necesitaba culminar aquello con un poco de cliché cinematográfico: “Arranca y sigue aquel taxi!” Ruben se rió, corrió 200 mts y se detuvo. Nos callamos todos. Ruben me preguntó: “y adonde te llevo?” Llamé a Nancy: “Nancy, solo por hoy, puedo quedarme en tu casa”? “Si señora vengase ya mismo”. Así, sin preguntar qué pasó, por qué, quien fue, cuándo? nada. Llegamos a su casa mis tres bolsas siempre elegantes de negro, mi caja y yo.

Pasamos la noche sin dormir, celebrando por fin mi decisión de dejar aquella relación enferma y psicópata. Ya no amanecería más preguntándome todos los días qué hago aquí?. Hablamos hasta caer dormidas. Un ruido en plena madrugada caraqueña me despertó. Me levanté sigilosa y vi a Quetzal, el gato de Nancy jugar con las bolsas, tres señoras elegantes custodiandome la vida. Me dio un vuelco el corazón. Tan poquito tenía yo y ya mañana no tendría dónde ponerlo. Me senté con el gato a esperar el amanecer. Caracas es algarabía, guacamayas y cornetas, ladrones y amantes amanecidos, todo ruido me servía, necesitaba comenzar de nuevo. Bañada y vestida con todas las arrugas de mi mal doblada ropa, salí con Nancy directo a la oficina.

María Alejandra Pérez – Preusker © Solkes

Ese día solo me llevé una bolsa con la intención de buscar el resto con la ayuda de alguien mas tarde. Estaba decidida a encarar mi día como lo que era, una nueva oportunidad y estaba sonriente y optimista. Bajamos la empinada callecita que nos llevaría a la Avenida Urdaneta, una calle principal altamente transitada por autobuses, carros desesperados y vendedores que amanecen enchufando el sol. Con mi bolsa en la mano y mi sonrisa bien maquillada saludé al señor del kiosco quien nos devolvió, a Nancy y a mi, un buenos días y una pregunta: “Esas cosas son de ustedes?, se vienen saliendo de esa bolsa hace rato” Cuando volteamos a corroborar sus palabras, vimos un camino de blusas y pantalones que yo iba dejando al pasar como si de pistas se tratasen.

La bolsa elegante no soportó las caricias del gato curioso y decidió sabotear mi optimismo. El señor del Kiosco viendo nuestro desespero porque íbamos tarde y no podíamos devolvernos a buscar una bolsa nueva, nos ofreció una mucho más pequeña y donde agradecida embutí mis delicadas cosas, también compradas con esfuerzo y orgullo. Ese mismo orgullo encontró espacio en la bolsa del Kioskero y así mismo nos fuimos todos, tarde, caminando lo mas rápido que me permitía un tacón de 8 cm y esquivando chiclets, huecos y piropos capitalinos, de esos donde siempre nos prometen que la vamos a pasar como nunca. Me causaba gracia, yo ya la estaba pasando como nunca y no eran todavía las 7:30 de la mañana.

Al llegar a la calle principal intentamos cruzar con rapidez hacia la otra dirección sin pasar por pasarela alguna, quedaba lejos y en todo caso era mejor irse con el borracho prometedor de quimeras que subirse a una pasarela caraqueña. “Después de éste autobús, le damos con todo Maria” me gritaba Nancy. Yo veía mi bolsa ya nada elegante y apunto de estallar. Mis tacones limpios y sobretodo altos. “Claro avísame”, le dije segura. Pero no esperé que el autobús pasara y me lancé lo mas rápido que pude a cruzar la avenida. Ya comencé diciendo que soy impulsiva, aquí está un ejemplo.

Llegué a la isla de la avenida, con la bolsa casi rota y sin un tacón. En mi absurdo apuro olvidé los 8 cm y doblé el zapato. En la isla posé como una Miss esperando ser calificada por su traje de gala, con una bolsa del Chavo y una zapato ballerina. Logré rescatar el tacón y ver a Nancy doblarse de la risa al otro lado de la calle. Era verla en medio de una película de terror. Con autobuses pasando, gente gritando, humo de los carros y nosotras tarde. Oi a un hombre decir “Catira (si, así me dijo) vente que yo te pego ese tacón”. Caracas es así, en la esquina había un zapatero con todo lo necesario para parapetearle a uno el caminar donde sea. Me alegré muy rápido cuando me percaté de que debía cruzar la calle con una cojera recién adquirida y mi bolsa y todo lo que ya sabemos. Crucé, igual de impulsiva pero ya mas resignada. El zapatero me alegró la mañana, me daba soluciones, me tenia en frente de él descalza y con una intimidad que el borracho anterior hubiese deseado.

María Alejandra Pérez – Preusker © Solkes

Nancy venia detrás de mi riendo y diciendo “pero ya van a abrir las tiendas, cómprate unos zapatos nuevos” pero ya veía yo salir la pega amarillenta y adictiva que parecía miel saliendo de un tarro y adherirse a mi zapato verde. Mis zapatos eran verdes, ahora lo recuerdo. Esa canción “verde esperanza” no existía entonces, o si? no recuerdo. Me pegó mi tacón con destreza, en menos de 5 minutos estaba ya otra vez pisando firme. Me paré de la butaca callejera, le pagué con gusto y oi también con gusto decirme “Pa lante catira” recogí la bendita bolsa que ya ni elegante ni cómoda ni custodia era. Me pinté la boca con destreza prostituta sin espejo y le dije a Nancy: “Vámonos que ya la parte mas difícil la hice ayer y el tacón ya esta pegado” Nancy me miró orgullosa y dijo sonreída “Bueno pero recuerda que tú eres la jefa y si llegamos tarde no me puedes decir nada” Nos reímos. Llegamos a la oficina puntuales, a las 8:15 am ya habíamos vivido todo lo que puede vivirse en un día entero. En la bolsa venia mi ropita, mi tacón en mi pie con su pega amarilla horrenda pero efectiva, mi orgullo apachurrao entre blusas y pantalones.

“Buenos días jefa, le traigo un café.”
“No Heredia, hoy me traes un Vodka.”

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