El silencio de las palabras

Fue realmente feliz hasta que el amor se le convirtió en un chamizo en el tiempo, desde donde contempla el mañana como un sueño sin aire que añora fuera de respiración. Siente cada vez más lejana a la familia que rodea su vida, con sus dedos enredados que acercan lo distante y sostienen diálogos mudos con símbolos y palabras que parecen de otra lengua en el dispositivo celular.

Nessa Twix © Solkes

Todos ocupados en su propio mutismo. Entonces ella, no tiene alternativa diferente que dialogar con su otro yo y responder sus pensamientos, formando un paralelo entre su época y la de las nuevas generaciones, desde que se volvió normal encontrarse rodeada de cuerpos que llenan espacios y están sintonizados en ambientes construidos conforme a sus caprichos y alejados del escenario real. Personas con teléfono en mano como parte de su identidad. Seres que permanecen explorando las voces mudas de los demás, conociendo estados de ánimo antes reservados a la privacidad y rebuscando con su mano el mundo de otros con versatilidad.

– Definitivamente la gente permanece con su móvil a todo momento, que parecen títeres manejados al antojo de las aplicaciones celulares- pensó Marian Salomé.

Esa actitud, como mala semilla, se regó en los ojos egocéntricos de quien utiliza el teléfono celular. Un comportamiento que afecta a todos, y que cuando el interlocutor cree ser escuchado en los pequeños intervalos en que parece volver el otro a la realidad, resulta hablándole a la nada, porque las palabras se evaporan por la atención de llamadas, correos electrónicos, chat, trinos y demás aplicaciones del mundo informático en sus manos.

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– Muchos dicen que los viejos nos refugiamos en el silencio de nuestra propia soledad. Cómo no vivir la añoranza de los días en que se prestaba atención cuando se hablaba, como elemental norma de educación y cortesía – se contestó Marián Salomé.

Ella terminó compartiendo la vida con su hija y un par de nietos. Un núcleo donde aparentemente goza del cariño familiar, pero donde el lamento resulta estéril no por dejar de sentirse amada, sino porque quiere verse realmente correspondida con palabras. Cuántas veces llega el uno y el otro, pero más que conversarle se limitan a seguir en lo que siempre están. Anhela menos diálogos monosílabos y más atención dejando a un lado el celular.

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Es cierto que la época cambió sustancialmente. Cada vez se comparte y habla menos en los espacios familiares que antes estaban reservados para conocer el diario vivir. Quizás por eso mismo, es que ha terminado guardando entre sus labios las palabras que quiere pronunciar, y queda entonces como un bulto más entre aquellas paredes donde décadas atrás quedó estampada su energía, opaca hoy, entre los gestos de un rostro bello que recoge la memoria del tiempo.

– Yo queriendo oírlos para no estar sola, y vivo entre el silencio de las palabras golpeadas en teclas celulares y la serenata de timbres de llamadas y mensajes – volvió a decirse Marián Salomé.

Es que no siempre la línea de los días permite a todos la fortuna de lograr o mantener la independencia de vivir con autonomía económica para llevar una existencia satisfactoria sin incomodar a nadie, o esperando que los demás hagan lo que otro quisiera

– Cuánto ha luchado mi hija, y desde que quedó igualmente sola, pensamos que la mejor opción era la mutua compañía – repuso Marián Salomé en su silencio.

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Tantos casos de agonía verbal. Un@s, deciden comprar presencia ajena para poder mitigar la soledad de los recuerdos. Otr@s, terminan tristemente vistos como un estorbo. Y están quienes son llevad@s a un hogar geriátrico, para compartir el día con personas que suman ausencias afectivas de familiares sin tiempo para ellos.

– ¿Será mejor permanecer en la soledad de estas paredes donde casi nadie habla? ¿Acepto el hogar geriátrico que me hablaron el día que reclamé dejaran por un momento esos aparatos? -se interrogó mentalmente- recordando lo sucedido pocas semanas atrás cuando le hablaron de la bondad del mundo compartido de los viejos.

Marián Salomé permanece sentada cerca a la ventana mirando el jardín interior de buganviles de colores en su casa, mientras los demás creen que está totalmente distraída entre recuerdos, cuando son realmente ellos quienes están sembrados en la mudez familiar que echó raíces con el uso de los móviles y terminan permanentemente absortos entre aplicaciones informáticas.

La abuela levanta su mirada por encima de los lentes, pensando cómo quedó sepultado el correo de antes. Es cierto que ya no tiene quien le escriba o quisiera que fuera como antes. Vivir mejor el presente, no como ahora que se cree tener un mejor futuro. ¿Será cierto? Es posible, pero a costa del entorpecimiento por dejarnos arrastrar totalmente en los canales de la informática. Entonces, piensa con cierto aire de nostalgia lo que era aquella espera de las cartas. El anhelo de recibir ese sobre con garabatos de pasión que terminaban por ahondar el sentimiento enamorado, aquella construcción de palabras que conseguían mitigar el arrebato del romance en la distancia, la inquietante expectativa por una respuesta y el nacimiento de las ilusiones ante un prometido reencuentro. Es que con la tecnología desaparecieron los tiempos de lo lejano. Se fueron los enigmas de lo nunca dicho. Y el oficio de cartero murió por su inutilidad.

Entonces, llamaron varias veces por su nombre a la abuela, pero ella distraída en sus pensamientos no lo comprendió. Para su familia, estaba nuevamente sumida en ese mundo extraño de cachivaches guardados en su memoria, que terminaban por aplastar su ánimo en melancolía. Y tenían razón, porque su aburrido silencio lo ocultaba en la carcaza de su cuerpo, escondido entre la ropa cerca a los latidos de su frágil corazón.

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Definitivamente, Marián Salomé ya no vive sino del recuerdo de otros tiempos y sus manifestaciones de amor. Lo único que mantiene en su vejez es la vanidad que disfruta cuando su nieta le habla de la lozanía que mantiene en el tiempo, de su belleza con los años, la que escuchó tantas veces en el apogeo de esa línea desbordante llamada juventud.

Cuando repasa los espacios de su tiempo, encuentra tantas veces que su mundo ya no es de estos días, y se pregunta entonces, si pudiera conservar la evidencia de su hogar ¿Qué llevaría consigo?

– La palabra, porque ya ni me hablan – pronunció altiva Marián Salomé.

Los familiares ajenos a esos pensamientos que la atan con su realidad, se miran sorprendidos, y creen que naufraga otra vez en el pasado. Lo que no saben es que aún tiene su mente fresca contrario a lo que piensan. Más bien son ellos, quienes viven en un mundo irreal. Cuánto tiempo para crear el lenguaje y nosotros acabando con la belleza de las palabras…

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