La infancia de mi esposo tuvo varios escenarios geográficos, pero el que más marcas dejó fue un mágico rincón en el norte de Finlandia, más allá del círculo Polar llamado Ivalo. Desde que estamos juntos, hace ya casi 11 años tomamos como ritual visitar al menos Finlandia.
La travesía
Si es que no tenemos tiempo de subir hasta el norte, porque la travesía lleva tiempo, no tanto por los kilómetros a recorrer, que desde Berlín son 2500 km si queremos hacerlo todo en carro, sino por lo inevitable que es querer quedarse días pernoctando donde nos tome la noche por sorpresa e instalarnos a grabarnos en la retina todo lo verde y azul que podamos.
Aunque decir noche, en el verano Finlandés, es un decir ya que sus noches son tan claras como una tarde a las cinco. Este viaje lo hicimos en pareja todas las veces que tuvimos oportunidad.
Ahora con dos hijos, Aurelio de 4 recién cumplidos y Savanna cumpliendo 9 meses en pleno camino, decidimos recorrer una buena parte de la ruta entre Alemania y Finlandia en barco.
Un barco de la linea Finnlines llamado Finnmaid que nos llevó como una pesada alfombra mágica sobre el tranquilo mar Báltico durante 30 horas.
El jueves 9 de julio a las 3 am en plena noche cuando todos duermen su sueño más profundo, nosotros entrábamos a la gigante boca del animal de hierro con ojos bien abiertos.
Aurelio y Savanna entraban a un paraíso excepcional, un juguete gigante, un regalo sin papel ni lazo.
La maravilla también cansa
La maravilla también cansa y lo corroboramos cuando a la hora de haber llegado ya estaban rendidos y soñando. El jueves completo fue un día de sol y de ausencia de brisa marina: otro regalo inesperado. Subimos al helipuerto y allí estaba la línea de gateo más grande de la historia para Savanna y literalmente un mar de aventura para Aurelio.
No podíamos haber pescado mejor día para viajar. Por la tarde mientras descansaban de una carrera sin competidores en el helipuerto, me fui al sauna y compartí con una alemana las mieles de los 90 grados centígrados en un cuarto de madera y piedras con vista al mar. Una delicia.
El día terminó más pronto de lo pensado porque entre gateos largos, brincos y preguntas miles, había también un cuarto de juego y hubo tiempo de construir y derribar casas de goma espuma y deslizarse por toboganes de colores, sin pausa, sin darse cuenta que flotábamos sobre el hermoso y azul mar Báltico, rumbo a Helsinki.
El viernes a las 10 de la mañana, hora local, abandonábamos el estómago del gigante de hierro en nuestro flamante carrito rojo, transformado en mini motor home, rumbo Vantaa, donde vive mi suegro desde hace 17 años.
Allí pasaríamos una semana de visita, trabajo y juegos. Aurelio y Savanna eran los encargados de extenuar a sus abuelos con risas y alboroto. Era como si aquel barco hubiese traído una (ilegal) importación de guacamayas y guacharacas y loros.
Esa semana disfrutamos del campo, de la brisa húmeda, del verde del bosque, de la neblina de las 10 de la noche y de las madrugadas llenas de luz, mucha luz.
Siempre tenemos que improvisar pesadas persianas vaciando el closet de las cobijas para poder engañar nuestros organismos y lograr dormir. Así era en Helsinki que queda en pleno sur del país.
El viernes 17 de julio fuimos al centro de la ciudad para visitar el mercado municipal y el mercado que se hace frente al puerto.
Hay ventas de comidas típicas de Laponia como carne de reno en diferentes presentaciones. Yo siempre voy en la búsqueda de los Muikku que son unos boquerones mínimos y fritos que sirven muy bañados en salsa de ajo. Están los puestos de frutas multicolores donde resaltaban sin pudor el lila de los arándanos, el rojo de las fresas y el verde de los guisantes.
En el centro de Helsinki salta a la vista el imponente Domo (Tuomiokirkko) por su blancura y majestuosidad, está situado en la plaza Senat en una construcción elevada, los primeros planos de ésta construcción clásica venían de la mano de Carl Ludwig Engel entre 1830 y 1850.
Después de su construcción con sus 6 columnas frontales, sus capiteles corintios y su alta cúpula fue llamada Nikolas I según el zar ruso. Más tarde vendrían las 4 torres pequeñas y las cúpulas laterales para darles ese aire ruso con los techos de cobre con verde.
En 1959 después de la independencia finlandesa fue llamado la iglesia grande o Domo. La vista que se tiene de la ciudad desde sus escaleras es una de las más impresionantes.
Esta vez estaban sus escaleras llenas de deportistas de todas partes del mundo, pues coincidimos con la competencia mundial de gimnasia celebrada este año en Helsinki. Visitamos el Mercado Municipal que existe desde 1889.
Una experiencia única
El paseo por la ciudad fue ésta vez una experiencia única con nuestros dos hijos, no había tiempo para visitar más monumentos museos o rincones interesantes que encierra la ciudad.
Sin embargo disfrutar de Muikkus frente al muelle con ellos fue una experiencia que sobretodo las gaviotas agradecerán siempre.
El sábado se nos fue en desmontar nuestro campamento improvisado que siempre montamos en dos cuartos de la casa, para salir el domingo lo más temprano posible rumbo a Ivalo, haciendo dos paradas para pernoctar. La ruta del domingo sería de Vantaa a Pyhäjärvi, una ciudad a 435 Km.
No queremos hacer trechos largos con los dos niños y así aprovechar disfrutar mas nuestras estadías.
Llamamos a un camping para reservar un lugar y nos dijeron que el domingo por la noche habría lugar de sobra.
Llegamos a las 7 de la noche y en efecto pudimos escoger una hermosa cabaña frente al lago y entre suspiros de embeleso descubrimos que nuestra aventura apenas comenzaba y que ya casi se nos había olvidado lo mágica que es la naturaleza en Finlandia. Siempre me hace sentir como un grano de arena en el Universo.
La estadía en Pyhäjärvi fue un sueño de los buenos, de esos que cuando estás en el mejor momento te despiertas. El cielo estaba azulísimo y la brisa perfecta para no sufrir con los mosquitos.
Los niños jugaron sobre el muelle, en los botes estacionados en la playita mientras nosotros tratábamos en lo posible de planificar la ruta hacia Ivalo y no quedarnos allí las 3 semanas restantes.
Mientras recogíamos de nuevo nuestras pertenencias tratábamos de disfrutar lo máximo posible del sol. Empacamos el auto y nos despedimos con bastante nostalgia de la cabaña número 27 llamada “lugar de las fresas“.
Cuando habíamos avanzado unos 100 km rumbo a Rovaniemi donde pasaríamos otra noche, descubrí que había dejado mi almohada en la cabaña y decidimos dejarla allí para tener otra excusa al regreso del viaje y visitar de nuevo al hermoso Lago Pyhä (Pyhäjärvi).
La permanencia de luz
En Rovaniemi llegamos a una cabaña también frente a un lago, pero que nos dejó con la sensación de extrañar la cabaña anterior, no tenía buena ventilación y teníamos más ganas de irnos que de quedarnos a esperar el amanecer.
A la altura de Rovaniemi ya era más presente la permanencia de luz durante todo el día y ya nos saboreábamos sabiendo que ese mismo día llegaríamos a nuestra propia cabaña en Ivalo.
Al dejar la cabaña en Rovaniemi nos detuvimos en el Círculo Polar Ártico a descansar un poco a tomar café y a visitar la oficina postal de Santa Claus e incluso intentar visitarlo, ya que es allí donde vive. Seguiremos la ruta a partir de Rovaniemi directo a Ivalo el 21 de Julio. Esta aventura continuara…