Mi lugar favorito de Venezuela!

Vamos por partes, antes de contarles mi lugar favorito de Venezuela debo contarles que desde me propusieron escribir sobre mi país, la primera duda que saltó a mi cabeza fue, ¿y entonces, de qué vas a escribir? Mi cerebro estalló como fuegos artificiales, entre la emoción de volver a sentarme frente a un teclado para escribir más de 140 caracteres, (después de casi dos años escribiendo para Social Media), y la adrenalina que se me sale por los poros al recordar todas las experiencias maravillosas que viví viajando por mi amada Venezuela.

Lo segundo que deben saber para entender este viaje que estamos a punto de emprender es que mis papás están felizmente divorciados y desde que tengo uso de razón, he compartido con ambos mis vacaciones, cada uno con su estilo muy particular, de una manera divertida, pero extremadamente diferente y aunque con mi familia tuve la dicha de conocer algunos de los destinos más hermosos de Venezuela, sin duda alguna el oriente del país marcó gran parte de mi infancia y de mi vida entera.

Alejandro Sánchez, Mayra Da Silva & Paula De Sousa Dorta © Solkes

Mi familia materna tenía una fija, ir a Margarita, la Perla del Caribe, religiosamente todos los septiembre de cada año. Mi familia paterna, en cambio, tenía una parada fija, Puerto La Cruz.

Ambas ciudades pertenecen al oriente del país, donde reina el calorcito y las empanadas fritas hechas de harina de maíz a la orilla de la playa. Pero, aunque tanto Margarita como Puerto La Cruz son muy similares, a lo largo de mi vida pude notar que se pueden tener experiencias totalmente distintas, dependiendo de la gente que te acompañe.

 

Si de rituales hablamos…

En Margarita se encuentra ubicada la Basílica Menor de Nuestra Señora del Valle y mi abuelo materno prometió visitarla cada septiembre, cuando se celebran sus fiestas, en agradecimiento por la salud y por las bendiciones que siempre se han evidenciado en su vida… gracias a esa maravillosa promesa de fidelidad, también salimos beneficiados sus hijos y nietos. Era una fija viajar a la isla cada año, donde además de eventualmente acompañar a mi abuelo a visitar el santuario, teníamos unos cuantos rituales que no faltaban.

Alejandro Sánchez, Mayra Da Silva & Paula De Sousa Dorta © Solkes

Margarita tiene unas playas hermosas, además en su época dorada era perfecta para comprar por ser puerto libre de impuestos. Nuestra aventura empezaba desde Caracas, donde iniciaba nuestro punto de partida, de allí llegábamos a Puerto La Cruz donde nos embarcamos en un ferri para finalmente arrancar con todo diez días de mucha diversión en familia. Teníamos un día destinado para vaciar las cuentas bancarias y abarrotar las tarjetas de crédito a punta de estrenos y gustos para todo el año, y el resto, disfrutábamos de nueve días deliciosos cual sirenita bajo el sol.

Ala hora de chapotear, teníamos dos playas favoritas, Playa El Agua y Playa Parguito, ubicadas una al lado de la otra, eran dos de las más famosas entre los turistas, unas playas inmensas, con oleajes tan fuertes como su brisa tibia que despeinaba sabroso. Los días ahí eran divinos, cada quien disfrutaba de su actividad favorita, a su estilo muy individual, a los nietos nos encantaba remojarnos hasta tener las manos como viejitos, nos defendíamos bien en el agua y saltar las olas gigantes era un pasatiempo que nos llenaba de emoción.

A mí adorada abuela le gustaba el shopping playero, no había un artesano argentino o de cualquier parte del mundo que no hiciera fiesta con nosotros vendiéndonos cuanto collar existiera, mi abuelo en cambio disfrutaba de nuestras caras, se quedaba mirándonos extasiado cuando se daba cuenta de lo bien que la estábamos pasando hasta captar nuestra atención y compartir una sonrisa cómplice como diciendo “te estoy viendo pajarito”. Mi tía y mi mamá tenían también lo suyo, a la primera le encantaba agarrarse el sol para ella solita, a la segunda lucir todos los días un majestuoso sombrero diferente y encargarse de coordinar las fotos familiares para la posteridad.

 

La comedera

Como era de esperarse, los rituales gastronómicos no podían faltar, en nuestro itinerario estaba de seguro al menos una parada en el famoso Mercado de Conejeros, de solo recordarlo puedo sentir el calor que intentaban aplacar con techos altos, las decenas de puesticos idénticos donde podías comer empanadas de queso, carne, pollo, pabellón, mariscos, lo que quisieras, pero nuestras favoritas eran, sin duda alguna, las de cazón, es una especie de tiburón pequeño, que desmenuzan y cocinan con un ingrediente mágico: el ají dulce. ¡Qué sabor! y para tomar, ¡Cuántas opciones de bebidas!

En la playa no pelábamos un pescado frito o unos camarones preparados en cualquiera de sus formas, pero la magia empezaba cuando se acercaba un personaje distinguido de las costas caribeñas venezolanas, el ostrero, a su alrededor todos nosotros, nietos, papás y abuelos, todos dispuestos a nuestra ronda de ostras ¡Qué delicia! Comerse toda la frescura del mar en una concha, parecíamos poseídos por su sabor a limón y sal, todo un manjar que no solo deleitaba nuestros sentidos.

 

¡Vamos pa’l Puerto!

Se acababa septiembre, volvíamos a la rutina escolar, con el bronceadito y las trenzas típicas margariteñas, pero pronto llegaba Semana Santa, Carnaval o las vacaciones escolares, y con esas fechas los viajes con mi papá, que eran muy diferentes, para mi familia materna él es el loco, el bohemio, el que se para a contemplar las florecitas en medio del camino. En Puerto La Cruz siempre llegábamos a la casa de mis abuelos, que está en un sitio bastante humilde, donde se sentía el espíritu fraterno de los vecinos, que salían con sillitas en la tarde noche a disfrutar de la brisa que refrescaba un poco el calor de todo el día.

Entre las tantas cosas que disfrutábamos hacer en esa casa, los más divertidos eran los innumerables baños con manguera, el primero me lo dieron cuando tenía meses de nacida, creo que para mi papá fue como cuando El Rey León presentó a su cachorro ante el reino animal, una acción llena de entusiasmo, impregnada de nuestra esencia, la aventura.

Alejandro Sánchez, Mayra Da Silva & Paula De Sousa Dorta © Solkes

Mi playa favorita cuando viajábamos era Isla de Plata, pertenece al Parque Nacional Mochima, que está ubicado entre los estados Sucre y Anzoátegui en el oriente de Venezuela, el parque está conformado por un grupo de islas con bahías, costas de aguas profundas, playas de arena blanca, arrecifes de coral, islas y zonas montañosas de abundante vegetación.

En Isla de Plata lo primordial era relajarse al máximo en el agua cristalina o sobre la arena blanca bajo una palmera, donde era suficiente flotar hasta casi dormir o nadar hasta llegar al límite permitido.

Había muchas cosas que enamoraban de Puerto La Cruz además de sus días de playa, ir al Paseo Colón era uno de los rituales infaltables durante mi infancia, a ese bulevar a la orilla de la playa se iba durante las noches, estaba lleno de vida con esa alegría que caracteriza al costeño en cualquier parte del mundo. Allí habían artesanos de todo tipo, pero recuerdo uno muy especial que trabajaba figuras de vidrio y los transeúntes podían mirar todo el proceso. Caminábamos de punta a punta, al final había una cruz y una famosa escultura de pirata donde todo el mundo se tomaba fotos. Frente a la calle, hoteles y restaurantes de toda clase, había mucha presencia de árabes en la ciudad y por supuesto su comida estaba por doquier, en esas calles aprendí a comer falafel y shawarma y cada vez que regresaba iba a comerme uno.

En Puerto La Cruz mis abuelos tienen una licorería, eso también es para mí un recuerdo imborrable, desde vender goma de mascar y chocolates, hasta saquear el local con todas las provisiones que un niño necesita para ir a la playa. Allí parábamos todos los días, aunque sea para decir hola y pasar de largo a Lecherías, una de las zonas más bonitas y exclusivas de la ciudad, llena de casas lujosas con puertos y yates de todos los tamaños.

 

Una felicidad muy diferente

Alejandro Sánchez, Mayra Da Silva & Paula De Sousa Dorta © Solkes

A diferencia de mi familia materna a la que le gusta establecer rutinas para ir por lo seguro, mi papá amaba la aventura, explorar lo desconocido, por eso siempre viajamos a diferentes lugares, sus elecciones eran las de la posada a la orilla de la playa, con hamacas, con habitaciones sin televisor y cobijas tejidas de muchos colores que combinaban con las flores del patio. Con mi mamá las vacaciones eran en hoteles cinco estrellas, donde la almohada olía a rosas y la cama parecía abrazarte, donde la piscina tenía olas artificiales y el menú era extenso.

Con mi papá era el camino montañoso de curvas para ir a tomar un barco y llegar a la playa, era disfrutar de cada detalle, era ir a explorar por las montañas. Con mi mamá era nadar en un parque maravilloso con los delfines, era vivir al límite. Con mi papá era conocer un primo o un tío nuevo, (voluminosa como buena familia oriental) cada vez que pisábamos el Puerto, con mi mamá el relax de recibir un masaje a la orilla de la playa o saltar por el tobogán más alto de toda Margarita. Destinos similares, personalidades diferentes, lo mejor de todo es que puedo decir que de mi lugar favorito de Venezuela, conocí lo mejor, mi familia.

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