La Guajira: Viaje por el desierto

La mayor parte de mi vida la he vivido fuera de Colombia. En 2012 regresé a este hermoso país con la meta de viajar por todo el territorio y disfrutar de sus paisajes atractivos. El año pasado tuve la oportunidad de realizar un viaje a La Guajira, en mi opinión uno de los sitios más sublimes de la tierra. Ese viaje fue una aventura completa donde fuimos al Cabo de la Vela y Punta Gallina.

Ana Sofia Martinez & Javier Cadena © Solkes

Cómo empezó el viaje

Una de mis preocupaciones era el calor extremo y cómo dormiríamos en las rancherías, un tipo de hostales locales. Nuestro viaje duró cuatro días; fui con una de mis mejores amigas, Ana Sofía, y un amigo de ella, Javier, a quien yo no conocía.

Lo primero que pasó por mi mente fue: “Esto va a ser un poco raro”, pero confié en mi amiga. Puedo decir que hasta ahora este ha sido uno de los mejores viajes y aventuras. Es importante mencionar que no siempre se viaja bien con todos; para los que han recorrido, saben la importancia de la buena compañía.

El viaje comenzó así: recogí a Ana Sofía en su casa y luego llegamos al aeropuerto Puente Aéreo, donde nos encontramos con Javier. Para nuestra suerte, el viaje comenzó muy bien al estilo cinco estrellas, ya que él tenía acceso a la sala VIP de Avianca. Nuestro vuelo tenía como destino Riohacha, La Guajira, ubicada al norte de Colombia, con fronteras con Venezuela y el mar Caribe. Como siempre digo, es mejor estar preparado: contratamos guías de la agencia Emel Camargo, quienes nos ofrecieron el servicio de recogida y transporte al aeropuerto.

En Riohacha

Apenas llegamos, los guías nos llevaron a nuestro hotel, El Taroa, un alojamiento de cuatro estrellas.

Ana Sofia Martinez & Javier Cadena © Solkes

Después de instalar nuestras cosas, teníamos mucha hambre. Por fortuna, había un restaurante en la terraza del hotel con vistas al Malecón de Riohacha, donde observábamos a los vendedores de artesanías, gafas de sol, mochilas wayuu, collares y pulseras.

Desempacamos lo necesario para el día y, como siempre se olvida algo, yo dejé mis gafas de sol. Caminando una cuadra, encontré un señor que las vendía, algo muy importante considerando el sol y la temperatura, que oscilaba entre 38 y 42 °C.

La brisa constante ayudaba a que el calor no se sintiera tan intenso. Como típicos turistas, caminamos por el Malecón, explorando dónde tomar algo, beber cervezas o bailar, aunque nuestro hotel tenía el mejor ambiente. Después de varias horas y alistarnos para el día siguiente, los guías estaban programados para recogernos a las 8 a.m.

Nuestra primera parada sería el Cabo de la Vela, a unas cuatro horas de puro desierto. Por la mañana, una pareja de holandeses se unió a nuestro tour.

Ana Sofia Martinez & Javier Cadena © Solkes

Nuestra primera visita fue a un lugar donde producen sal. Niños de colegio nos explicaron el proceso con mucho entusiasmo. Fue muy tierno y nos enseñaron cómo lo hacían. El guía nos comentó que lo hacen para pedir dinero, pero para no malacostumbrarlos era mejor darles comida o agua. Para quienes no son de Colombia, este departamento es rico en minerales, aunque carece de agua, comida y otras necesidades básicas.

Ese día continuamos nuestro camino hacia el Cabo de la Vela. Por la tarde llegamos a la ranchería, pasando por escuelas de kitesurf; para mi sorpresa, había muchos turistas nacionales e internacionales practicando el deporte. Llegamos a la hora del almuerzo y pedimos pescado del día; todos recibieron la comida a tiempo, excepto Javier, que era el más hambriento y fue el último en ser servido.

Luego del Cabo de la Vela

Por la tarde visitamos playas cercanas y subimos rocas hasta la cima. El viento era tan fuerte que Ana tuvo que sostenerme para que no me alzara. Terminamos los tres tomados de la mano, disfrutando del paisaje.

Después bajé de las rocas, asustada pero riendo junto a mis amigos. Más adelante había un mirador más alto y complicado; les dije que subieran ellos mientras yo observaba y disfrutaba la espectacular vista del mar Caribe. Esa noche dormimos en una ranchería con tres colchones y un baño pequeño.

Ana Sofia Martinez & Javier Cadena © Solkes

El tercer día comenzó con un desayuno nutritivo antes de partir hacia Punta Gallina. Durante el recorrido por las dunas del desierto, paramos para estirar las piernas y nos encontramos con otros turistas de la misma agencia. Almorzamos en algún punto del camino y finalmente llegamos a hermosas playas en Punta Gallina, donde nos divertimos subiendo y bajando dunas como niños.

Un final muy feliz

Ana Sofia Martinez & Javier Cadena © Solkes

La aventura terminó con nosotros reflexionando sobre todo lo que habíamos vivido. El desierto, las playas y las rancherías nos mostraron un lado de Colombia completamente diferente al de Bogotá. Cada momento se sintió único.

La comida, la gente y los paisajes crearon recuerdos que permanecerán con nosotros para siempre. El calor, el viento e incluso los pequeños desafíos del viaje solo hicieron que la experiencia fuera más inolvidable.

Mirando hacia atrás, el viaje a La Guajira fue más que un simple recorrido. Fue una inmersión en una cultura, una tierra y una forma de vida como ninguna otra.

Cada detalle, desde las sonrisas de los niños locales hasta las vastas dunas y las aguas turquesa, contribuyó a una experiencia a la vez humilde y emocionante.

Finalmente, al regresar a casa, agotados pero felices, me di cuenta de que viajes como este son los que hacen que la vida sea extraordinaria.

El viaje a La Guajira me dejó con un profundo aprecio por la diversidad de Colombia, su belleza natural y la calidez de su gente. Me recordó que viajar no se trata solo de conocer nuevos lugares, sino de conectarse con ellos, sentirlos y llevarlos contigo mucho tiempo después de que el viaje haya terminado.

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