“Famileando” por Centro América (Parte I)

Siempre he tenido la fantasía de un mundo sin fronteras, sin gentilicio, un mundo donde nadie es venezolano, costarricense, estadounidense o mexicano, simplemente es ciudadano del mundo. Sí, lo sé, soy un poco “come flor” y sí, también lo sé, mi idea no es nada original, al contrario, somos muchos los que soñamos con un mundo sin tantas limitaciones geopolíticas. El asunto es que no es más que una fantasía y sí que hay divisiones y limitaciones entre cada tanta porción de tierra a la que llamamos países.

Así pues, volviendo a la realidad, soy venezolana y ahora tengo casi dos años con residencia temporal en Costa Rica. Pero como cada sueño utópico puede tener su válvula de escape, donde uno mezcla un poco la fantasía con la realidad y así no lo pierde todo, mi válvula para este sueño es viajar y, aún más interesante, viajar por tierra, con esa mezcla de emoción y sustico de saber que ahora estás en un país y un paso (o cinco metros más allá) estás en otro.

Jesús Alejandro Sánchez © Solkes

Debo confesar, que mi válvula de escape era casi otro sueño utópico en mi vida, pues por muchas razones (unas razonables y otras más bien excusas), nunca lo había hecho hasta ahora, es más la verdad es que he viajado muy poco internacionalmente, pero eso me propuse cambiarlo hace unos pocos años.

Como inmigrante que soy, tengo mis deudas emocionales relacionadas a mi país, mi familia, mi gente. Mis padres están en Venezuela, como casi toda mi familia y tengo un hermano con su esposa e hijas que ahora están viviendo en Panamá. Con todo esto, no es de extrañar entonces que en nuestras primeras vacaciones desde que nos vinimos a Costa Rica, se me haya ocurrido la brillante idea (sin el tono irónico que suele atribuírsele a esta última frase) de viajar a Panamá y además hacerlo por tierra. ¡Ah! Pero perdón, no puedo seguir con esto sin contarles el itinerario desde dos semanas atrás, antes de coger el carro con mi muchachita de casi 3 años y mi esposo, y embarcarnos en un viaje de aproximadamente 15 horas hasta Ciudad de Panamá.

 

La llegada de mis padres

Mis padres llegaron a Panamá el 14 de octubre y el 16 los estábamos recibiendo, mi hija, mi esposo y yo, muy emocionados, en el Aeropuerto Internacional Juan Santamaría, en Alajuela, Costa Rica. Vinieron para quedarse dos semanas con nosotros y luego pasarían otras dos en casa de mi hermano. Nuestro plan era precisamente sumarnos y pasar un par de semanas paseando todos juntos, turisteando en familia por Ciudad de Panamá.

Jesús Alejandro Sánchez © Solkes

Mis padres, son un par de viejitos hermosos, mi mami de 74 y mi papi de 82 años (cumplidos aquí) quienes, a pesar de sus achaques y su cuerpo cansado, se animaron a montarse no en uno, sino en dos aviones para visitar a sus hijos y nietos. Con ellos no podíamos inventar grandes aventuras, así que acá en Costa Rica, los paseamos al mejor estilo “Pura Vida”, relajados, sin apuros y sin mayores riesgos.

Nuestra primera parada, la plaza Juan Mora Fernández, en el centro de San José, allí compramos una bolsita de maíz y pasamos un rato disfrutando de ver cómo la nena alimentaba a las palomas, hacía un sol inclemente, el cual gastaba apresuradamente las escasas energías de mis padres. A un costado de la plaza se encuentra el Teatro Nacional, orgullo de los “ticos”, inaugurado en 1897 y de arquitectura neoclásica, en su vestíbulo cuenta con un pequeño café y una tienda de regalos.

Consciente de los efectos poco deseables que el intenso sol podía provocar en mis padres, los invité a entrar a conocer el teatro y tomarnos un cafecito para escaparnos por un rato del astro rey y recuperar fuerzas, lo que no esperaba es que ya fuera un poco tarde para mi madre, quien lamentablemente sufrió una fuerte baja de presión que realmente logró asustarnos por unos cuantos minutos que parecieron eternos.

Pasado el susto, decidimos volver al carro y pasearlos preferiblemente entre el frescor del aire acondicionado, así pues, nos dirigimos a la carretera que llega al volcán Poás, al cual no pensábamos ni remotamente llegar puesto que es una actividad un tanto demandante y ya con el susto que acabábamos de pasar, era suficiente.

Sin embargo, el camino hacia el Poás, vale la pena andarlo así sea sólo por el paseo; las vistas, la vegetación, el aire limpio y fresco, bien valen el viaje. Ya en el camino, nos paramos a la altura de Poasito, el clima montañoso y una ligera lluvia, dejaba atrás los recuerdos del fuerte calor en aquella plaza de San José.

Jesús Alejandro Sánchez © Solkes

Comimos, compramos uno que otro souvenir y lo que nunca puede faltar cuando vamos hasta allá, unas deliciosas, frescas y enormes fresas y una bola de queso Palmito que nos hace recordar nuestros añorados quesos venezolanos. Luego de ese día agridulce, decidimos cambiar algunos de nuestros planes y hacer algo así como “Turismo de la 3ra. Edad”, todavía más tranquilo, relajado y muy poco exigente.

Jesús Alejandro Sánchez © Solkes

El siguiente fin de semana, nos dispusimos a recorrer algunos pueblitos y comunidades dentro de la Gran Área Metropolitana de Costa Rica, así paseamos por Santo Domingo de Heredia, nos sentamos en su Plaza Central (o Parque Central, como acá les llaman), entramos en la Iglesia Nuestra Señora del Rosario y en la Basílica Santo Domingo de Guzmán, declarada patrimonio arquitectónico en 2013.

Al día siguiente, anduvimos por los lados de Cartago, por la subida hacia el Volcán Irazú, disfrutamos de la hermosa vista, los sembradíos, conocimos una pequeña comunidad llamada Cot y luego bajamos al centro de Cartago para conocer la Basílica de Nuestra Señora de Los Ángeles, comenzada a construir en 1912, de estilo bizantino con influencias románicas y principal centro de peregrinación religiosa de Costa Rica.

Al terminar el paseo, nos atacaba fuertemente el hambre y decidimos comer en un humilde restaurante a un lado de la basílica, nuestra sorpresa fue haber encontrado en ese lugar una de las mejores pizzas que hemos podido degustar en nuestros casi dos años en esta tierra centroamericana.

La estadía de mis padres en casa, estuvo impregnada de amor familiar, tiempo de calidad, consentidera de parte y parte, no fue mucho lo que salimos, no hubo grandes aventuras, sin embargo, surgieron hermosos recuerdos para todos.

Ellos quedaron encantados con los paseos que dimos, con la tranquilidad con la que vivimos en este pequeño gran país, en este pueblo grandote llamado Costa Rica, nosotros, agradecidos por su presencia, por poder atenderlos por unos días y darles en vivo, el cariño que por poco menos de dos años había estado limitado a los contactos por Skype. Ahora los extraño, pero tengo la satisfacción de haberles dado todos los besos y abrazos que tuve tiempo de darles.

Jesús Alejandro Sánchez © Solkes

El 29 de octubre, partieron rumbo a Panamá, mi nena y yo, los despedimos en el aeropuerto, no hubo lágrimas, ni largas despedidas, al fin y al cabo, al día siguiente nosotros les seguiríamos por tierra. Aún nos quedaban 12 días para disfrutar de nuestra compañía mutua y esta vez con el agregado de mi hermano y su combo. Era hora de terminar de armar las maletas, montar todo en el carro, recordar los permisos de salida del vehículo y de la nena para no tener problemas en la frontera y dormir pronto, nos esperaba un largo camino por delante. Panamá, me sorprendió, en cierto sentido hasta me enamoró, pero esto se los cuento en la próxima entrega. ¡Gracias por acompañarme en este viaje!

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