Las mentiras nos rodean. Puede entristecer a la gente, pero no debería escandalizar a nadie. Decir mentiras se consideraba un pecado, pero ahora se ha puesto de moda. Las verdades parecen ser un concepto del pasado. Estamos en un mundo en el que las mentiras, incluso las medias verdades, son preferibles a las medias verdades que son mentiras.
Todo el mundo miente. Mienten, siempre han mentido.
Mienten los presidentes y los políticos. Mienten en la iglesia: los cardenales, los arzobispos, las monjas y los sacerdotes. Mienten los abogados y los jueces. Los exámenes y los diagnósticos mienten. Mienten los polígrafos.
Ya sea en la política, en las normas sociales o en los medios de comunicación, parece que está bien dar respuestas sobre los cambios en la sociedad o las decisiones tomadas por quienes gobiernan con explicaciones falaces en lugar de decir la fría y dura verdad.
Los candidatos contrarios mienten sobre los objetivos y métodos de su oponente. Mienten sobre las estadísticas. No sabemos adónde va nuestro dinero, no sabemos en qué gasta el gobierno su dinero y ni siquiera sabemos cuánto control tienen las personas del gobierno sobre ciertos asuntos.
Mentir, se ha convertido en un arte. Y nos indignamos profundamente cuando descubrimos las mentiras.
Ahora bien, la decencia o indecencia del arte de mentir pertenece al ámbito de la conciencia, al de la filosofía.
Estamos en un mundo que parece una olla a presión. En cualquier momento puedo explotar.
Entonces podemos vivir en una continua indignación que desemboque inevitablemente en resignación o, más bien fingir que lo estamos, y camuflarnos con el ambiente.
La zarigüeya, por ejemplo, cuando está rodeada de depredadores, finge estar muerta.
El mejor y más perverso aliado de la mentira es el engaño. Se supone que los engaños son peores. Los engaños son más dañinos, corrosivos y peligrosos, aunque no se puede dar uno sin el otro aunque haya verdaderos engaños.
Lo cierto es que vivimos en un mundo donde reina la mentira. La llamada verdad revelada se ha ido a los sótanos de la dignidad.
Por eso la gente ya no sabe a quién creer. Cada verdad resulta ser una mentira y cada mentira resulta ser una verdad. Así que acaba teniendo razón el que dice más mentiras que el que dice más verdades.
La verdad es que estamos en el imperio de la mentira, donde caben mentiras, chismes, bulos, engaños, insinuaciones y calumnias. En cambio, la pobre verdad está ingrata y sola, totalmente indefensa, cuestionada en su esencia, luchando por sobrevivir sin que nadie le dé el valor que realmente tiene.
Hay varias razones por las que la gente miente.
Algunos mienten como mecanismo de defensa. Es para autoprotegerse. Otros mienten por decepción. Para evitar decepcionar a otra persona o incluso a sí mismos, es posible que se mienta. La incómoda sensación de decepción justifica el engaño.
Una persona maltratadora miente constantemente para continuar con su manipulación. Si la verdad saliera a la luz, el maltratado podría marcharse.
A veces se miente porque la persona se siente intimidada por los demás. De nuevo, este sentimiento de inferioridad es tan incómodo que mienten para encubrirlo. Por desgracia, hay personas que mienten sólo para llamar la atención de los demás.
Lo creas o no muchos mienten por curiosidad. Es un comportamiento muy infantil que algunos adultos no superan. Mienten sólo para ver qué pasa, sin importarles el daño que puedan causar a los demás.
Algunas personas mienten como forma de entretenimiento privado. Para ellos, mentir es divertido porque les gusta ver cómo responden los demás.
A algunas personas les gusta el drama en sus vidas. Mienten para provocarlas y ver cómo reaccionan los demás. Otros simplemente mienten porque necesitan llamar la atención. De forma parecida a la búsqueda de atención, una persona intenta conseguir la empatía de los demás mintiendo sobre un suceso pasado o actual.
Por desgracia, a veces todo se reduce al control. En un esfuerzo por controlar el comportamiento de otra persona, se miente.
La mayoría de la gente miente de vez en cuando, aunque hay diferencias individuales en la frecuencia con la que se miente. Mentir forma parte del desarrollo normal de los niños y aparece a una edad temprana.
Así, la gente miente para guardar las apariencias, para no herir los sentimientos de los demás, para impresionar a los demás, para eludir responsabilidades, para ocultar fechorías, como lubricante social, para evitar conflictos, para librarse del trabajo, y muchas razones más.
Para no ir más lejos solo debemos recordar a Pinocchio. Su historia nos muestra las grandes consecuencias de una mentira inocente. También demuestra que mentir es un componente central del comportamiento humano.
En nuestro día a día, todo el tiempo decimos pequeñas mentiras blancas, a veces por simple amabilidad. Un poco de engaño parece suavizar las relaciones humanas sin generar daños a largo plazo.
La gente miente mucho y hay tres partes clave de nuestro cerebro que se estimulan cuando mentimos. En primer lugar, el lóbulo frontal (del neocórtex), que tiene la capacidad de suprimir la verdad. Segundo, el sistema límbico, debido a la ansiedad. Y tercero, el lóbulo temporal está implicado porque es responsable de recuperar recuerdos y crear imágenes mentales.
Y es mucho más pacífico cuando decimos la verdad, porque nuestro sistema límbico no está estresado por mentir y nuestro lóbulo frontal no está inhibiendo la verdad.
La mentira puede ser perjudicial porque, cuando se descubre, erosiona la confianza, lo que complica enormemente las relaciones interpersonales. Obviamente un mentiroso puede enfrentarse a la pérdida de credibilidad o a la vergüenza.
Así que nos queda preguntarnos: ¿sabemos que nos están engañando y simplemente seguimos la corriente de las mentiras para evitar un caos aún mayor a nuestro alrededor? La repetición hace que un hecho parezca más cierto, independientemente de si lo es o no. Nuestra mente es presa del efecto de ilusión de verdad porque nuestro instinto nos lleva a utilizar atajos a la hora de juzgar la verosimilitud de algo.