Las puntas del pan

Sonó la alarma, la apagué y pensé en dormir un poco más. Mi novio me dijo que me levantara que ya había puesto el café.

Betty Boop © Solkes

Encendí mi teléfono y tenía más de 23 llamadas de mi padre y casi la misma cantidad de mi madre. El corazón se me iba a salir del pecho, sin leer ni escuchar los mensajes ya sabía que había ocurrido.

23 años atrás vivía con ellos y era mi madre quien nos despertaba para ir a la escuela. Andrea corría a la mesa para sentarse primero que yo, siempre peleábamos por las puntas del pan, mi padre lo picaba y nos daba una a cada una (Hijas de panadero se peleaban por la parte del pan que casi nadie quiere, aunque suene irónico era cierto).

Una mañana tuve que ir sola a la escuela porque mi madre pasó toda la noche con Andrea en el hospital y desafortunadamente mi hermanita se quedó allí un tiempo. Luego de unos días yo ya no quería más puntas del pan, quería que Andrea regresara y pudiese comer los dos trozos.

Quería verla corriendo al comedor, sonriendo y gritando que me había ganado y que comería ella nuestra parte favorita del maná.

Luego de 23 días le dieron de alta, estaba muy lánguida y sin apetito, tampoco quería las puntas del pan. ¡Andrea no quería comer ni las puntas del pan! Poco a poco fue mejorando, y su apetito volvió.

Pero ahora tenía una estricta dieta, pues había debutado como diabética. Mi padre hacía pan integral sin azúcar y todos lo comíamos sin chistar, hasta las puntas. Nunca más peleamos por ellas, las compartíamos con gusto y muchas veces yo dejaba que ella tomara las dos, me alegraba mucho ver como las comía.

Betty Boop © Solkes

Aunque ya grandes comiéramos en distintas casas, ciudades y hasta países, el momento de picar el pan y tomar las puntas era memorable para ambas, era el instante mágico de pensar la una en la otra. Las puntas del pan nos conectaban, rompían fronteras y nos mantenían unidas.

Mis manos estaban temblando y no quería hablar con mis padres, pero era algo necesario. Así que llamé a mi madre. En medio del llanto, pero con una voz serena me dijo: Tienes que venir a casa, te necesitamos. Ahora te tocan las dos puntas del pan, tu hermana las dejo con mucho amor para ti.

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