Muchas veces en mi vida me he preguntado si podría ser atea o si acaso, en ocasiones he llegado a serlo. Debo decir también que dependiendo de mi estado de animo me da angustia solo cuestionármelo. Siempre pienso en mi alma.
En mi defensa, los niños famélicos en África, el maltrato infantil y la violencia contra la mujer, entre muchas otras noticias que oímos a diario ayudan a sentir a veces que sí hay alguien arriba parece haberse quedado dormido por ratos y haber olvidado conveniente o inconvenientemente la dirección de algunos.
Sin embargo, en julio del 2013 le pedí perdón a lo que quiero pensar como mi ser superior, elegido y recreado, por haberlo siquiera pensado.
Paisaje magnánimo
El paisaje magnánimo que tenía ante mis ojos me recordaba una vez más que es materialmente imposible que no haya una figura creadora. Alguien loco y listo al que le debemos de alguna forma, todo aquello que no podemos explicar entre otras, la belleza natural.
Caño Cristales en La Macarena, Colombia había sido declarado recientemente patrimonio biológico de la humanidad por la UNESCO, pero ya desde hace varios años se había empezado a poner de moda, la gente hablaba de un paraíso.
Se oían rumores de que el río que le daba la belleza a este sitio en la mitad de la selva. Un río que se teñía con los 7 colores del arco iris según el tramo.
Se oía que todo era producto de un alga que solo se daba en esta región. Así mismo que las caídas de agua que ahí se veían eran de dimensiones inimaginables. Eran épocas diferentes y solo aquellos quienes eran realmente osados podrían conocerlo.
Las condiciones
Ahí se desarrollaba ahí conflicto que probablemente ya nadie recordaba cuál era y había constantes enfrentamientos y hostigamientos entre los militares y las guerrillas.
Caño Cristales en el departamento del Meta había formado parte de la zona de distensión y de despeje militar de un Gobierno que hace 20 años pensaba en firmar una paz que aun no se ha logrado.
Las condiciones geológicas y geográficas del sitio lo hacían propicio para sembrar y movilizar drogas hacia la frontera con Venezuela. Era propicio para encaletar otros elementos de guerra como armas y municiones.
Los colombianos y con mayor razón los extranjeros debíamos resignarnos a conocer este lugar en fotos y crónicas de viajes.
La guerra lo había dejado aislado y totalmente atrasado en tecnología, acceso y progreso.
La travesía
Afortunadamente para mí este momento estaba quedando atrás. Viaje por 3 horas en bus desde la capital de Colombia hasta una ciudad intermedia que es más pueblo que otra cosa.
Dormí en un hotel campestre que aunque llenaba las expectativas, sentía uno que lo alejaba de su verdadero destino. Una hora y media volando en una avioneta de 6 pasajeros por encima de lo más profundo de la selva pensando “en qué momento me caigo”.
Después fue la llegada al pueblo La Macarena. Poblado por dos cuadras de casas convertidas en hoteles y alojamientos, una escuela, un centro de salud y comunitario y una base militar.
Media hora en lancha por un río selvático y tropical donde veía uno las tortugas camufladas al lado de los soldados que vigilaban. Media hora más en camperos subiendo por pasos de difícil acceso para el alcance de los zapatos humanos. Y, más de dos horas caminando por montaña tropicales, agrestes y húmedas pero con una vegetación tan variada como hermosa.
Cerquita a Dios
En ese momento, yo podía constatar que ese sitio era real, que el paraíso anhelado no solo existía sino que era mejor, incluso, que todo aquello que sea había dicho.
Pude además compartir en tiempo real con mis familiares y conocidos que esperaban ansiosos del otro lado de la línea mi testimonio y algunas fotos del lugar, paradójicamente es dentro del río que hay mejor recepción de señal.
Les mande un collage que espontáneamente titulé cerquita de Dios.
Así me sentía yo y creo que todos los que estaban conmigo. Cualquier intento o intención de ateísmo había quedado inmediatamente disipado.
Fueron tres días caminando por diferentes trayectos, acercándonos a el cielo en la tierra por diferentes partes, desde diferentes puntos de vista literal y metafóricamente hablando.
Salíamos del pueblo apenas empezando la mañana, cargando cada uno su almuerzo envuelto en una hoja de plátano en su morral.
Esa es una experiencia que hay que vivirla para entenderla, hay que probarla para saber a que sabe un pollo asado o un pedazo de carne sudada que después de horas de caminar aun se mantiene caliente.
A la orilla del rio y cuidando minuciosamente que ningún desecho vaya a caer al rio- y hacíamos el mismo recorrido inicial todos los días pero sin embargo cada vez descubríamos nuevas cosas que nos hechizaban.
Después, ya una vez en el río íbamos a diferentes lugares. Íbamos a la cascada de los pianos en la que las caídas van formando diferentes figuras parecidas a estos instrumentos. A la piscina, llamada así porque las formaciones rocosas forman jacuzzis naturales en los que uno se puede bañar con tranquilidad.
En la quebrada de los cuarzos en la que el piso se ve perfectamente por lo cristalina que es el agua. Esta formado por rocas de cuarzo blanco le hace honor a su nombre y otra infinidad de lugares nos dejaban cada vez más anonadados, sorprendidos y agradecidos.
Así seguíamos, parábamos en algún lugar, contemplábamos el paisaje, nos bañábamos y volvíamos a emprender la marcha
Hacíamos largos recorridos, caminábamos todo el día y volvíamos al pueblo antes de que sol se terminara de poner pero no se oía queja alguna. Niños, mujeres, adultos y ancianos de todos los tipos, edades y condiciones disfrutábamos por igual. Nos embelesábamos y nos olvidábamos del cansancio físico y los diferentes dolores musculares que empezaban a medio aparecer.
La experiencia
No me imaginaba yo viendo lo que veía y viviendo la paz que sentía, que lo mejor de mi experiencia en este viaje no serían los paisajes ni el lugar en sí.
Que lo mejor de haber emprendido esta aventura era la gente que conocería. Cuando digo esto no me refiero solamente a la gente de todas partes del mundo que conocíamos en el hotel, en las tiendas del pueblo.
Cuando nos encontrábamos en el camino con diferentes excursiones y grupos diversos que estaban bajando mientras nosotros subíamos o apenas empezando el recorrido mientras nosotros tomábamos otro trayecto.
Mi compañera de viaje, una gran amiga de la vida, hoy en día está casada con un belga que conoció en la mitad de la nada en Colombia, en Caño Cristales.
El mayor atractivo: su gente
Para mí, sin duda el atractivo mayor de este lugar mágico y encantador fue su gente.Gente emprendedora y pujante. Personas maravillosas que como muchas en Colombia, ha estado abandonada y un poco en el olvido por muchos años.
Es una población sobreviviente de la guerra. Son jóvenes que aman su pueblo, que defienden con pasión no solo el lugar en el que nacieron sino el país del que hacen parte. Un país que en muchas ocasiones no ha sabido devolverles este afecto.
Los guías turísticos tienen escasos 20 años. Sin embargo, se han encargado con empeño y dedicación de formarse para estar a la altura de guías turísticos en las grandes capitales o los mejores museos del mundo.
Saben explicar perfectamente por qué en Caño Cristales se puede ver el agua con visos verdes, azules, aguamarinas, violetas, rojos, naranjas y amarillos. Saben de historia, de la triste pero ahora diferente historia de su pueblo, se han agremiado, se han organizado y han crecido.
A ellos se les debe en gran medida el avance que ahora tienen. Han venido a Bogotá con desplazamientos caros y que en ocasiones parecieran imposibles para capacitarse y aprender de turismo.
También han viajado para hablar con el gobierno y lograr grandes avances. Como por ejemplo que el pueblo tenga gracias a una planta eléctrica, luz eléctrica durante toda la noche y no apenas por escasas horas.
No han tomado bando, no se alían para la guerra ni con el ejército ni con la delincuencia. Saben que es el turismo y los recursos naturales hermosos e inagotables.
La mejor herencia que pueden dejarle a sus hijos. También saben que no basta solo con tenerlos. Saben que deben aprender a aprovecharlo, a ofrecerlo y a mantenerlo siempre impecable para que esta inmensa fuente de riqueza no se agote.
Las reseñas y crónicas de viajes, las noticias y los comentarios de quienes han hecho que el mundo entero se voltee a mirar a este lugar perdido en la mitad de la selva colombiana se han quedado cortos.
Caño Cristales es un paraíso en la tierra pero no solo por lo visible ni por lo que nos han contado o las imágenes que resultan de una búsqueda rápida en Google nos han mostrado (todas ciertas y nada exageradas por demás). Estando allá uno se da cuenta que las fotos no son editadas porque no se necesita. El paisaje por si solo y el reflejo del sol en el agua nos darán las mejores fotos.
Apropiando la experiencia
Es toda la experiencia y cada uno de sus componentes lo que lo hace mágico. Olvidarse por ratos del paisaje por las historias alucinantes que van narrando los guías mientras tanto.
Es ver los contrastes entre una selva húmeda tropical. Un bosque montañoso y unas aguas que por momentos nos hacen sentir en una isla del mediterráneo.
Es un aguacero torrencial que cae mientras uno camina y que no importa en absoluto. La historia de un pueblo que cambió la guerra por el progreso. El olvido por ser ejemplo mundial de eco turismo bien pensado y cuidadosamente calculado.
Es todos y cada uno de los momentos que uno tiene antes de tener que regresar a Villavicencio en un avión antediluviano que también pierde toda la importancia.
Hay una razón por la que Caño Cristales tiene que estar en mi top de esas listas que circulan comúnmente de lugares que hay que ver antes de morir. Hay que estar allá, verlo con los propios ojos, bañarse en esas aguas sanadoras para el cuerpo y el alma para entender que Caño Cristales es mucho más que “el río más hermoso del mundo”, “el río del arco iris o de los siete colores” o “una acuarela hecha río” y entender que el sentido de un lugar mágico y maravilloso trasciende cualquier significado en un paradisiaco rincón del mundo como éste.