Se parten las nubes mientras vamos aterrizando, el capitán anuncia que en pocos minutos aterrizaremos en el aeropuerto que sirve a las ciudades de Apartadó y Carepa, y aparecen los grandes cultivos de banano, dándole ese color verde a la tierra que en mi mente llamo hogar.
Urabá tierra de paradojas
Urabá desde tiempos inmemorables ha sido relacionado bajo dos conceptos: tierra bananera, y violencia.
Para todos los que hemos tenido el privilegio de conocerla de verdad sabemos que es mucho más que eso. Grandes extensiones de tierras ganaderas, playas, palma, pina, coco, tribus indígenas, gente calidad y alegre, fiesta y música.
Figuras deportivas se han destacado en la mayoría de las modalidades, desde pesistas olímpicos, jugadores de fútbol, atletas y demás estrellas que nos hacen sentir orgullosos de llamarnos colombianos.
Urabá es un mundo de paradojas. La cercanía a tantos departamentos hace que cada pueblos es distinto, asi queden a escasos kilómetros los unos de los otros. El olvido gubernamental nos hace tierra de nadie que incluye a todos.
Apartado es la central de las compañías bananeras, en su casco urbano viven la mayoría de los trabajadores de Uniban y Banacol, principales empresas de exportación de la fruta.
Chigorodo es la base ganadera de la región. Capurgana es famosa por sus playas y a lo largo de la costa chocoana hay un sinnúmero de playas y sitios para turismo ecológico que nos hacen olvidar de donde estamos y nos quitan las ganas de regresar a la llamada “civilización”.
Se puede acceder a esta región por carretera desde Medellín, o desde Monteria, y conectar con el Choco vía marítima y el aeropuerto Los Cedros, ubicado entre los municipios de Apartadó y Carepa, hace que el acceso por vía aérea sea fácil desde Medellín y Montería.
Pisando sus tierras
La primera vez que pise tierras urabaenses fue en 1992 cuando mi familia se mudó desde Cartagena para Turbo. Recuerdo a mis papas diciendome que era el sitio más feo y aburrido que iba a conocer (clara mentira que ni ellos se creian); yo iba prevenida y temerosa, atrás quedaba todo lo que conocia y nos íbamos a embarcar en una nueva aventura, pero nada más lejos de la realidad.
Desde el momento que vimos el tacón de Turbo a lo lejos, supe que estaba en casa. Esa mezcla particular de caos ordenado, que aunque nada tiene sentido, todo está donde debe ser. La gente en las calles, donde se siente la pobreza y falta de recursos, sea por los altos costos de vida que no se equiparan a los sueldos que les pagan a todos los que se encuentran del lado angosto del negocio y la exportación del banano, pero que al mismo tiempo son felices y no titubean cuando suena una champeta para bailar en la mitad de la calle.
A medida que pasaban los dias me di cuenta que las relaciones de poder en Turbo eran distintas que en Cartagena, la experiencia vale más que cualquier título y que la plata, la abundancia de “doctores” hacia divertidas las charlas, y la frescura de la gente camuflaba el miedo que se vivía en esa época. Las cosas han cambiado, así como los agentes que imponen ese miedo.
Un olor a tierra prometida
Hemos pasado por la guerrilla y los narcos, los grupos paramilitares y bandas delincuenciales. Eso no ha evitado que exista este mundo donde se le prenden velas a Dios y al diablo al mismo tiempo, donde esperas que nada malo pase. Todo eso mientras prendes una vela para que “la carga” no se caiga, donde todos saben quien es quien pero los identificamos como personas.
Todas estas cosas le dan un sabor especial, un olor a tierra prometida mezclado con sudor y sangre, porque no hay cuento de hadas sin villanos y esto es lo que hace que los heroes del dia a dia puedan vencer a los dragones y rescatar a las princesas.
Cada vez que vuelvo a Turbo me doy cuenta de cuanto añoro la locura del día a día, ver a mis amigos y a mi familia, comer un mango biche mientras suena un vallenato/reggaeton/champeta/la canción del momento de fondo, junto al atrio de la iglesia, viendo los mototaxis pasar y tener la certeza de que estoy en casa.