Cuando oigo a alguien hablar sobre “los buenos tiempos”, siempre me viene a la mente aquella buena década de los 50s. Mujeres con vestidos de lunares y peinados a lo “Marilyn Monroe”. Hombres con cera para el pelo, moviendo sus pies al son del Rock & Roll.
Los buenos tiempos
Sin embargo, algunos recordarán los buenos tiempos como una época en la que el trabajo duro recompensaba a aquellos que se esforzaban.
Un buen proyecto implicaba ir a la biblioteca más cercana y buscar un tema específico entre la variedad de escritos que había disponibles.
Comunicarse con alguien más significaba ir a su casa, tocar la puerta y hablar. Además, alguien que quisiera informarse tenía que sucumbir ante la rutina de despertar, caminar hasta la entrada y recoger el periódico.
Todos hacían lo necesario para alcanzar sus metas sin importar el esfuerzo que éstas requerían. Las personas reconocían que para obtener algo, debían trabajar.
“Lo quiero ya!”
Ahora todo se ha facilitado exponencialmente. Hemos caído en la cultura de “¡lo quiero ya!”.
En el 2009, Stian Reimers (miembro del Centre for Economic Learning and Social Evolution en Londres) condujo un experimento en el que se le ofreció a un grupo de personas la posibilidad de ganar 45 libras en tres días o poder ganar 70 libras en tres meses.
La mayoría eligió las 45 libras. Reimers concluyó: “Nuestra investigación muestra que las personas con una actitud impulsiva de querer dinero hoy, ignoran el futuro en todos los sentidos”.
Estamos cegados por nuestro deseo del placer inmediato y no pensamos en las consecuencias que estos deseos puedan traer.
Hemos aprendido a rendirnos, si no lo encontramos en Google o si no obtenemos lo que queremos, en el instante en el que lo queremos. Todo lo tenemos a la mano gracias al internet.
No piensen que lo considero inútil, pero sí creo que puede ser un agente incapacitante para algunas personas. Ya “no somos capaces” de levantarnos e ir a la biblioteca para aprender; “no somos capaces” de viajar para hablar con alguien personalmente; ya “no somos capaces” de esperar o si quiera de pensar.
Buscamos resultados inmediatos y no estamos dispuestos a esperar para obtener nuestra debida recompensa. Las relaciones entre personas ya no tienen aquel encanto romántico que expresa Goethe en su reconocida obra “Werther”.
Cada roce entre Werther y su amada era un pecado para él y él la adoraba no para tenerla físicamente, sino para compartir con ella una relación más intelectual.
La inmediatez del deseo
En cambio ahora, los hombres y mujeres buscan saciar sus deseos inmediatamente y no esperan ni siquiera conocerse uno al otro para estar juntos. Una cita ya no es el encuentro único que era antes.
Ahora, los novios están sentados a lados opuestos de la mesa y, aun así, “chatean” entre sí, en vez de establecer una conversación y mirarse a los ojos. La complejidad del vasto lenguaje español se ha reducido a frases degradantes como: “ola ke ase” en las redes sociales, chat o hasta en nuestras discusiones.
Puede sonar cómico cuando se oye, pero cuando investigamos acerca de los orígenes de nuestra lengua, podemos darnos cuenta de que frases como esta lo reducen a unas pocas palabras absurdas.
Nos estamos acercando poco a poco al futuro con los increíbles avances que hacemos en la tecnología y en la ciencia. Sin embargo, la infinita cantidad de teorías acerca de nuestro origen siembran duda en nosotros. ¿Quién soy? Nuestras creencias son puestas a prueba.
No critico sus convicciones, pero ahora que hay tantas verdades, tal vez ninguna en realidad lo sea. ¿Y si todas lo fueran, entonces cuál sería nuestra identidad? Cada día veremos otra teoría científica o religiosa acerca de nuestro origen y como tenemos tantas opciones, será cada vez más difícil asumir una identidad.
¿Y si nadie puede llegar a tener una identidad? ¿Quién podrá ser ese individuo único que es distinto de los demás? ¿El que logró encontrarse a sí mismo? Los avances que hacemos vienen a su vez con un debido retroceso.
Nuestras necesidades inmediatas han hecho que la ciencia nos provea con respuestas, pero a su vez nos ha dejado sin identidad.
El Sacrificio
A todo logro lo acompaña un sacrificio. Esta es la lección que he aprendido al ver las maravillas que nos trae el internet con la inmediatez de sus redes sociales, juegos online e image-sharing services.
Todas estas maravillas muestran su desventaja cuando las personas que las usan se vuelven esclavos de ellas. Han obtenido una nueva forma de comunicación a un alto costo. Pero como ahora podrán saber, no es sólo el internet lo que nos hace mal.
Nuestra falta de identidad y nuestra actitud conformista lo han facilitado. Esta cultura de “¡lo quiero ya!” ha sido nuestra caída. Si en verdad queremos volver a “los buenos tiempos”, debemos controlarnos y ser pacientes. Así que esforcémonos, trabajemos duro y evitemos volvernos “uno más en la multitud”.
¡Dejemos nuestra huella en el mundo y hagamos un cambio! Avancemos con cautela si queremos avanzar de verdad.
Algunos de mis compañeros entonces me preguntarán: ¿Qué te impulso a escribir esto? ¿Cómo puedes tener comprensión del mundo con tan poco tiempo para analizarlo? Mi respuesta es: “Estoy preocupado”.
Es mi preocupación y mi tristeza la que me impulsa a hablar. Añoro que mis palabras puedan llegar al menos a una persona. ¡QUIERO QUE CONOZCAN MI SUFRIMIENTO!, honestamente, no entiendo cómo no es un tema de preocupación para todos.
Tantos años de errores y logros han sido desterrados al olvido. “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla” afirma el escritor Marco Tulio Cicerón. ¿Estaremos tomando estas palabras a la ligera? Todos nuestros errores y crímenes cometidos volverán a nosotros en algún momento, ¿cuánto tardaremos en darnos cuenta de esto? Para concluir, quiero replantear lo mencionado: debemos ser pacientes, esforzarnos, trabajar duro y más que todo, intentar hacer un cambio. ¡Empecemos YA!