El año empezó bien, lleno de proyectos nuevos, resoluciones y sueños. De vez en cuando, las noticias mencionaban algo sobre un “virus nuevo en China” y sobre cómo la Organización Mundial de la Salud tenía sospechas de que el país asiático no estaba reportando la realidad de la situación.
Pero China es lejos, me decía, y cuántos virus nuevos no habrá cada año. Los virus mutan de acuerdo con el tiempo y las estaciones. Así sobreviven, y así nos adaptamos a convivir con ellos.
Hacia mediados de enero, el tema se puso de moda, los medios de comunicación comenzaron a reportar diariamente el número de infectados, los síntomas, los muertos. Las especulaciones y las noticias falsas comenzaron también a rondar por el mundo virtual, y luego de boca en boca por todo el mundo.
El colapso es cercano
Europa veía esto lejos. Y para calmar los ánimos de quienes empezaban a tener miedo, los expertos y los gobiernos decían que esto era una gripa más. Tal vez un poco más fuerte si uno estaba dentro del grupo de alto riesgo, pero la vida debía continuar.
Poco a poco empezaron a detectarse casos de personas que venían de la China y que ya traían el virus. Italia, Francia, España y Alemania, por nombrar algunos, trataron de contener la expansión del virus, al tiempo que trataban de mantener la calma.
Pero Italia colapsó muy rápidamente, y le siguieron España y Francia. Entre la segunda mitad de marzo y principios de abril, casi la totalidad del mundo (del mundo de verdad) estaba en cuarentena o en distanciamiento social obligatorio. La cifra de muertos seguía subiendo y los casos cercanos empezaron a ser comunes. Ya no era “el virus de la China”. Ahora era una pandemia.
Con más de 190 países en el mundo con casos detectados (sí, detectados, porque se sabe que la cantidad exacta de personas contaminadas es imposible de determinar) y miles de muertos por llorar, todos nuestros proyectos y sueños se vieron repentinamente truncados.
En Francia, hace semanas que estamos en confinamiento obligatorio. Y la montaña rusa de emociones ha marcado cada día de este proceso. ¿Cómo se vive una pandemia, un encierro? Muchos de nosotros jamás hemos vivido una situación así.
Por más difíciles que nuestras coyunturas sociopolíticas y económicas puedan ser (y que en muchos casos es terriblemente dura), adicionar una condición de cuarentena es algo absolutamente nuevo.
Emociones que brotan
He llorado, he reído, he tenido miedo y he sentido tranquilidad. He pasado por tantos estados de ánimo en estos días, que me sorprendo a mí misma.
Pero si algo me ha enseñado esta situación, es que realmente mantener la cabeza fría es difícil, pero necesario, y que tener y ser parte de una sólida red de apoyo es pieza fundamental para sobrevivir.
En 6 semanas he descubierto la generosidad de muchos y la apatía de otros. Y también he concluido que los gobiernos importan, los buenos gobiernos ayudan y los malos gobiernos hacen más daño que el virus mismo.
He constatado cómo la unión realmente hace la fuerza, y que ayudar y donar no puede ser “lo que me sobra”, sino lo que los demás necesitan y yo pueda ofrecer.
¿Qué he aprendido en estas semanas?
Debo aceptar que está bien llorar, pero también es necesario saber sonreír. Pedir ayuda es tan importante como ofrecerla, y todos necesitamos ayuda en cierta medida. Puede ser emocional, económica o social. Todo vale y todo cuenta.
He aprendido también a soltar cargas. He visto, una vez más, que dejar fluir las cosas a veces trae mejores resultados. Lo más importante para mí es ver que vivo rodeada de una familia maravillosa que incluso desde lejos está al pie del cañón. Que los amigos son amigos donde sea que estén. Y que seguro esta pandemia nos va a cambiar la vida.
Sólo espero que seamos capaces de sacar lo mejor de ella, y de ayudar hasta las últimas consecuencias a aquellos que no la tendrán tan fácil. La crisis no termina el día en que podamos salir a la calle, sino el día en que todos tengamos un techo y un plato caliente en la mesa, y el día en que entendamos que esta es la oportunidad para replantearnos tantas cosas como sociedad. Tal vez nuestra generación jamás tenga otra oportunidad similar para reinventarse.