Cuando se viaja se olvida lo innecesario, se desbordan las expectativas, se sobrepasan los límites, se vuela con las aventuras… Cuando se viaja, las alas crecen, se comienza a levitar a cada paso.
Cuando se viaja se suben montañas tan altas como los sueños, se surcan ríos tan profundos como los amores de la vida, se recorren extensiones tan largas como la paciencia de una madre.
Cuando se viaja, los miedos se vuelven más grandes, porque cada vez se quiere ir más lejos, pero la valentía se ensancha de igual manera y somos capaces de lanzarnos a aventuras cada vez más desconocidas.
Cuando se viaja se vuelve uno más sabio, se entiende que se trata de interiorizar lo aprendido y no de acumular información.
El viaje nos aleja de la familia y amigos, pero nos acerca más a nosotros mismos y al mismo tiempo nos da familia y amigos nuevos.
Cuando se viaja la autonomía toma fuerza y junto a ella nosotros también nos fortalecemos, entendemos que no se trata de un lugar a donde llegar, sino de un camino por recorrer.
Al tomar las maletas, inicialmente pesadas, se toma fortaleza y el descubrimiento es de uno con el mundo y no contra el mundo, cada persona que pasa a nuestro lado hace parte de ese mundo y lo transforma de alguna u otra forma.
Esas maletas, inicialmente pesadas, se van volviendo plumas, porque vamos dejando lo innecesario atrás y lo que vamos recolectando no tiene materia, pero si un espíritu enorme y se acumula en nuestros recuerdos de vida; llas experiencias de viaje son los regalos más preciados que nos podemos dar a nosotros mismos.
Cuando se viaja los aprendizajes se vuelven más intensos y se comienza a compartir lo aprendido, por necesidad principalmente.
Los maestros al andar no se hacen esperar y desde una tarea con las manos, hasta un trabajo desde el corazón, se vuelve parte de nuestra academia, nos graduamos con honores en el viaje de la vida y con la práctica nos volvemos masters en el andar.
La mejor escuela es el viaje, si se presta atención, cada persona siempre tendrá algo que enseñarnos, porque cada quien es experto en su oficio.
Cuando se viaja se pasan horas y horas en un asiento de bus, avión, camión, auto, moto y demás, pero las rutas no son monótonas, son extraordinarias, cambiando de paisaje se entiende la magnitud del espacio que habitamos, lo pequeño que somos, lo grande que soñamos.
Cuando se viaja el tiempo se vuelve algo indeterminado, las horas son otra cosa, se aprende a escuchar el día y la noche y se consigue ajustarse al reloj de la naturaleza. El que más disfruta cuando se viaja es el sentido del gusto, al probar sabores tan distintos y desconocidos para nosotros.
Cuando se viaja se vive en presente y a pesar que continuamente se está planeando el siguiente lugar, el hoy es tan nuevo y mágico, que no tiene comparación.
En el camino del viaje las piedras son aprendizajes continuos, los abismos oportunidades de aventuras nuevas, el frio un recuerdo de lo frágiles que somos, el calor es la energía que nos recarga cada mañana; los días transcurren presentándonos siempre algo nuevo, un espacio renovado, presto a ser recorrido.
Cuando se viaja somos dueños de nuestro destino y ¿qué es el destino? pues aquello que pintamos día a día mientras caminamos. Cuando se viaja nos introducimos en un mar de experiencias nuevas, que enriquecen el corazón y nos llenan de expectativas y sueños nuevos. El viaje cambia la perspectiva de la vida, la forma de ver a las personas y la manera de observarnos a nosotros mismos. Cuando se viaja se olvida lo innecesario y nos encontramos a nosotros mismos.