Cuando llegamos alguien le preguntó al saludarla – ¿Cómo estás?– Y ella dijo amablemente – ¡Viva! -. Y con la singular respuesta nos dejó su sonrisa de nácar, y en esa expresión la enseñanza que comprendimos más tarde, con un agradecimiento a la vida, con la energía de quien está consciente de lo que no apreciamos siempre.
Entonces pensé ¿Qué color tiene la vida? El verde de la naturaleza que arrasamos y volvemos cada vez más árida. De pronto el rojo alegre de las fiestas, que resulta ser el mismo que unta la violencia de aquí hasta el otro lado del camino. Será mas bien el blanco de la nieve, como el de los copos radiantes entre las nubes en el firmamento. Quizás el negro de las tormentas que nos aflige tantas veces el ánimo. Mejor el azul que antes tenía sembrados los peces en la época en que remontaban el río. O mejor el amarillo de los mangos y las piñas que trasciende para todos. Tal vez el ocre que forma el tapiz de los recuerdos que contemplamos en el otoño de la existencia. O acaso cuál, si la vida no tiene dulzura para enseñar lo que nos muestra, si somos débiles en el amor y frágiles en el odio, en nuestras conquistas a punta de golpes, si nos derrumbamos ante la más nimia de las adversidades y hasta el orgullo es una coraza que aplasta la humildad.
Es por eso que cuando otro le preguntó: – ¿Qué es felicidad?- y ella respondió – Es mi vida- muchos nos sorprendimos al escucharlo justamente de sus labios, hasta que finalmente acertamos que la felicidad que hablaba, no es ausencia de obstáculos ni un jardín sin espinas, sino asombrarse con las maravillas, gozar con lo mínimo y sonreír con lo básico.
Y hallamos, entonces, que era un ser feliz con el vuelo de la mariposa que percibía pero no veía; que disfrutaba las gotas de rocío que acariciaban las plantas de sus pies, que palpaban como sus manos, las individuales características de su mundo cercano; que se deleitaba con los trinos de las aves que estimulaban la magia de su oído; que reconocía con alegría la compañía de las personas a su lado.
Es cierto que pasó momentos difíciles, que tropezó muchas veces, que cayó otras tantas, que resbaló no sé cuántas. Pero el día que dejó de vociferar de ese mundo oscuro que la acompaña y empezó a iluminar su vida con actitud, se convirtió sin saberlo en luz del camino de otros y fuente de esperanza de su propio destino.
Es que con el tiempo descubrió que la agudeza de su oído le permitía el contacto con ese mundo exterior que escuchaba de los demás, el mismo que fue ratificando con sus manos que leían la forma de las cosas a su alrededor. Entonces, dejó de cansarle aquella voz del silencio que fue su amiga desde muy niña, y en cambio empezó a disfrutar la armonía de las notas musicales cuando desterró esa rabia por todo y por nada con la presencia de quienes se le acercaban, cuando empezó a jugar consigo misma identificando los pasos de quienes se aproximaban, y a percibir el encanto de la fragancia dulce de las flores, del olor de las mandarinas y guayabas.
Su mundo siempre ha estado enmarcado por unas placas de radiografías que forman la cortina de su mirada detenida en el tiempo. Escucha de lugares con colores, desconocidos e interpretados en el imaginario que sólo ella comprende; de un mundo que le hablan y percibe con la armonía del oído, en la huella de los olores y en sus manos de artesana de la realidad de los demás. Sin embargo lo que no sabe es porqué le dicen que los verdaderos destellos de su luz están en la sonrisa que refleja esa paz interior que le permite actuar como una persona de noble corazón.
Al esculcarle el laberinto de los recuerdos, se encuentra un inventario de vida llena de silencios infantiles, con medias verdades y palabras susurradas al oído para esconder la realidad. Pero aun así, esa ausencia funcional como parte de su vida, terminó de ser importante cuando aceptó su condición sin desespero; cuando dejó de decir me quiero morir y decidió que mientras llega ese día incierto, no se trata de alargar la vida sino de vivirla plenamente y de la mejor manera, con la dosis irremediable de su estado de discapacidad, pero con la menor cantidad posible de infelicidad; cuando se enfrentó al sufrimiento acosador de la mente que no acepta las penas y se hunde con ellas, al tiempo que entendió que sólo con el poder de la fe y la magia del amor se puede ser feliz a pesar de la adversidad.
Al conocer su experiencia logró hacernos entender, que el sabio es feliz porque no tiene apegos al aceptar los vaivenes del destino sin renegar, porque la luz de la felicidad está en el propio control de cultivar la inteligencia emocional, aunque esa plenitud nació en ella cuando decidió sortear los enemigos de la felicidad y su paz interior: el orgullo, el odio y la rabia.
Definitivamente hay que desterrar el veneno que envuelve la soberbia, el fuego que contiene la ira, la mirada sembrada con odio, y el ancla fondeada en el pasado que únicamente se vence cuando se logra un perdón profundo y generoso.
Al ver su felicidad nos enseñó que vivir era existir haciendo de las preocupaciones parte de la vida, que la fórmula de la felicidad no existe, y que los bienes materiales se pueden romper todos los días, pero la actitud no. Después de escucharla, y luego de despedirnos, alguien dijo: – Tomar la vida como si la mereciéramos es un error. Agradecer desde que te levantas hasta que te acuestas, aun los mínimos detalles, es una forma de entender que estás vivo.- Pero fue gracias a ella que entendimos que existen unos seres que nos presentan energías que parecen de otros mundos y nosotros los llamamos ángeles.
Es que lo que padecemos es una pobreza maldita: Y nosotros tan torpes imaginando la ceguera de quien la vive, si la padecemos cuando dejamos de ver al prójimo morir de frío, de hambre, de miseria, y sólo tenemos ojos para nuestros míseros problemas y pequeños dolores. Sólo visitando la mente, el pensamiento, la experiencia, los sentidos y la realidad, comprendemos el viaje de las sensibilidades ajenas.