Si bien el tema taurino es controversial por sí solo, para mi lo es aún más. Como digo siempre que me preguntan por que voy a toros, sé que es un gusto políticamente incorrecto pero es también una tradición familiar y de mis primeros recuerdos de esos momentos de infancia en que los adultos empiezan a incluirlo a uno en planes de grandes. Uno como niño empieza a sentirse incluido e importante haciéndolo muy feliz, son precisamente en la Plaza de toros.
Una tradición familiar
Un gusto adquirido, definitivamente. Una tradición familiar que nos hace entender cómo se transmite el constructo cultural de generación en generación. Aunque definitivamente no es un espectáculo apto ni apropiado para niños, no me acuerdo nunca de haber pensado que era cruel o que pobre animal.
Simplemente lo disfrutaba y fui con el tiempo aprendiendo del tema, formando un criterio taurino y sabiendo si la faena que presenciaba era buena o si le faltaba más temple para que fuera oreja.
Sin embargo, uno va creciendo y van apareciendo los cuestionamientos, va entendiendo que es un acto cruel. Es injustificado que en pleno siglo XXI el hombre todavía se vanagloríe de convertir una lucha de poderes entre el animal y el hombre en un espectáculo como en las épocas del Circo Romano.
Un show abierto al público
Es también válido todo lo que dicen, que son animales que están entrenados para darle al torero la pelea, que la muerte en los mataderos y frigoríficos en donde sacrifican a los animales para comercializarlos en la carne que nos comemos todos los días es también muy cuestionable y profundamente cruel. El tema de que el sufrimiento se vuelva un show abierto al público lo que hace que uno se vaya cuestionando la idea.
Dentro de este escenario vanguardista tengo familiares que también crecieron en una Plaza que hoy en día se consideran incapaces de asistir. No resisten ver las expresiones de sufrimiento del animal y consideran que de cierta forma es incoherente velar por los derechos de sus mascotas, quererlas tanto o más como si fueran humanos, defender y practicar la adopción de animales recogidos de la calle y mientras tanto pagar por asistir a un espectáculo donde el sufrimiento animal es evidente y permanente.
Dualidad
A mi, aunque el sufrimiento en ocasiones también me molesta, me gusta el ambiente de la fiesta brava, los caballos, la valentía de los toreros, los pasodobles que suenan de fondo, las tapas, la bota, el colorido de la plaza y todas las infinitas tradiciones que se tejen en torno a la corrida. Y, no necesariamente lo que ocurre en el momento de la pica o la muerte.
Toda moneda tiene dos caras y las corridas de toros no son la excepción.
Entiendo claramente de dónde nace la pelea que dan los activistas a favor de la vida de los animales. Así mismo, que toda manifestación cultural debe tener en sí misma para existir y sobrevivir tanto adeptos como opositores. También entiendo que su causa es respetar y hacer respetar la vida. Entiendo que para ellos lograr que a partir de sus protestas se prohíban las corridas de toros en un lugar determinado es un éxito rotundo y es en últimas su objetivo final.
Pero también entiendo que hay grupos enteros de personas a quienes no sólo les gusta sino que se benefician de esta industria – porque nos guste o no genera unos ingresos, genera empleo, tiene unos clientes, unos proveedores y ofrece un servicio-.
Quienes las defienden también tienen argumentos sólidos y establecidos, sobre todo desde diferentes marcos legales, para pedir que los dejen continuar con su expresión cultural y su tradición de antaño.
Bogotá
Bogotá se unió en el año 2012 a los lugares del mundo que han prohibido por decreto las corridas de toros. Su alcalde tal vez el más controversial de los últimos años y a quien han destituido fallidamente varias veces, decidió en un acto demagógico como la mayoría de sus acciones de gobierno prohibir las corridas en la Plaza de toros de la ciudad. Argumentaba que ésta pertenece al distrito y que al ser él el gerente del distrito gerencia y decide también a cerca de la disponibilidad de la misma.
Todo esto suena hasta lógico pero ¿qué pasa cuando la mayoría de las constituciones de los países abogan principalmente por la libertad de expresión y el derecho a la libre personalidad? ¿Acaso no son estos dos de los derechos humanos? Se está violando el derecho que tienen esas personas a que el lugar en el que viven les ofrezca diferentes espacios de esparcimiento y que el gobierno local vele por los intereses de las “minorías culturales” también.
La Corte Constitucional, órgano gubernamental garante del cumplimiento y buen funcionamiento de la Constitución Nacional, dictaminó que en efecto esta prohibición iba en contra del libre desarrollo de la personalidad. Además argumentaron que ningún Alcalde o Gobernante estaba en la potestad de prohibirle al pueblo manifestación cultural alguna. Como si fuera poco, la Fiesta Brava está considerada una Expresión artística y la Constitución también habla a cerca del “Libre derecho de los ciudadanos a desarrollar expresiones artísticas”. En conclusión y después de que el distrito interpusiera fallos de nulidad y todos los recursos que se les ocurrieron, en agosto de 2013 se dictaminó que los toros deberían volver a Bogotá.
Hoy, casi dos años después la Plaza sigue clausurada y la alcaldía sigue haciendo caso omiso al mandato, dado que este alcalde viene demostrando hace tiempo que hace lo que quiere. Primero dijo que este lugar iba a ser utilizado para encuentros culturales como un espacio de enriquecimiento intelectual en el que supuestamente los escritores y poetas se reunirían con estudiantes para fomentar las letras en la capital, cosa que obviamente nunca pasó. Después argumentó que era imposible realizar espectáculos de cualquier tipo en este recinto ya que tenía serias fallas estructurales y era peligroso, le asignaron un tiempo específico, en teoría asignó licitación para realizar las mejoras y tampoco por ese lado se ha visto todavía luz verde.
Intereses politicos
Ahora a escasos meses de que haya nuevamente elecciones para Alcalde y cuando casualmente sus índices de popularidad están más bajos que siempre, el Señor sale de nuevo con el tema taurino. No sólo propone sino que logra que el Concejo de la ciudad le apruebe una consulta popular anti taurina, es decir que sea el pueblo el que decida si continúan o no las corridas de toros en Bogotá.
Este es un recurso legal avalado por la Constitución, es cierto. Los ciudadanos están en el derecho de hacer referendos populares para decidir sobre leyes y temas cruciales. En este caso concreto hay varios aspectos que nos hacen dudar de la legitimidad de la propuesta.
¿Por qué preciso en épocas electorales o será que el Señor gobernante está buscando aumentar su favorabilidad con un tema que como este él sabe sabe que encontrará muchos adeptos? ¿Por qué las consultas populares programadas para intentar revocar su mandato o hacer efectivas las revocatorias que ya de por sí le aplican, nunca han llegado a darse?
¿Vale la pena en un país que tiene limitaciones en recursos invertir sumas exorbitantes de dinero como lo que puede valer una evaluación en escrutinios para un tema que no es fundamental ni de vital importancia para la ciudad mientras temas que sí debieran serlo como el cubrimiento en salud y en educación o los problemas de movilidad o de seguridad de la ciudad parecieran estar totalmente desatendidos? Nadie sabe.
Lo que sí es cierto es que con los recursos invertidos en la consulta serían muchos los cupos escolares o las atenciones prioritarias que pudieran solucionarse. Sin embargo, en Bogotá la última palabra a cerca del espectáculo taurino la tendrán todos y cada uno de los ciudadanos. Ojalá no reine el abstencionismo característico y ese dinero se bote literalmente a la basura.